Shanghái(EFE).– La inteligencia artificial (IA), cada día más presente en la vida cotidiana e impulsada por las dos grandes potencias, China y Estados Unidos, será la que con sus usos determine el mayor reto de la humanidad: moldear al ser humano del futuro, con la inquietante competencia entre la máquina y el maestro.
La consultora británica PWC estima que para 2030 las tecnologías vinculadas a la IA -basadas en el aprendizaje automatizado por parte de máquinas mediante el análisis de datos- harán crecer el PIB mundial un 14 %, unos 15,7 billones de dólares, un dato equivalente a la suma del PIB actual de China e India.
La aparente paradoja de lograr que gracias a las máquinas el hombre siga brillando en un mundo completamente mecanizado es el desafío de gobiernos y empresas, que se han lanzado sin tapujos a la obtención de la materia prima más preciada: los datos personales de los ciudadanos.
Esta transformación tiene en la educación uno de sus principales pilares, pero a su vez conlleva el riesgo de que el control sobre la población por parte de poderes tanto públicos como privados alcance cotas inauditas.
En Estados Unidos, disciplinas con gran presencia de habilidades básicas y con muchas respuestas binarias como las matemáticas han sido las primeras en ver aterrizar a la IA, que presenta como principal ventaja la adaptación del currículo a cada estudiante.
En una clase con muchos niños, ofrecer a cada alumno herramientas ajustadas a sus necesidades ha sido siempre un reto para los maestros, algo que la IA soluciona al disponer de datos exactos sobre el nivel, características e incluso estado anímico de cada estudiante. Programas de software desarrollados por empresas privadas como Thinkster, Third Space y Splash Math son ya los responsables de enseñar a cientos de miles de niños.
Una de las instituciones pioneras en introducir estas tecnologías ha sido la red de escuelas privadas Green Ivy de Nueva York, cuya fundadora, Jennifer Jones, aseguró a Efe que la IA “hace un mejor trabajo de apoyo educacional individualizado que la mayoría de maestros”.
Según el análisis “Mercado de la Inteligencia Artificial en el Sector educativo de Estados Unidos”, elaborado por la consultora Technavio, entre 2018 y 2022 el volumen de negocio en este sector está creciendo y seguirá creciendo a un ritmo anual del 48 %.
“La única razón por la que a día de hoy tenemos maestros para enseñar matemáticas básicas es el miedo social a reemplazarlos por una máquina, así como el impacto emocional que para la sociedad tiene que un niño aprenda de una máquina y no de una persona”, remachó Jones.
El impulso a la IA en China ha venido de la mano del Gobierno, que hace dos años lanzó un plan con el que espera que para 2030 esta tecnología esté presente en todos los ámbitos de la sociedad.
Dentro del proyecto hay un apartado especial para la educación que contempla la introducción en el currículo de asignaturas sobre IA, y de acuerdo con datos oficiales, sólo el año pasado se invirtieron 1.000 millones de dólares en este área.
Todo ello, aseguran, en pro de una nueva educación que fomente habilidades como la creatividad, la colaboración y el pensamiento crítico, necesarias para el aprendizaje del siglo XXI, ya que según datos del Foro Económico Mundial la automatización hará que desaparezcan 75 millones de empleos y se generen otros 133 millones para 2022.
“La llegada de la era de IA es inevitable y lo más importante es formar y preparar a las personas en temas como la resolución de problemas”, cuenta a Efe Feng Xiang, pedagogo y profesor de la Universidad Normal del Este de China.
Pero, ¿está preparada China para esta nueva educación? Con 1.400 millones de habitantes, la competencia marca a los niños desde pequeños y la educación se vuelve una obsesión ante el gran reto que definirá su futuro: el gaokao.
Esta prueba de acceso a la Universidad y su puntuación numérica lo definen todo. Para superarla y estudiar en una buena universidad, la habilidad más importante sigue siendo la memorización, y en torno a ella gira la educación secundaria.
Los próximos años serán vitales, por tanto, para comprobar si esta nueva educación más reflexiva y propositiva se queda en la superficie o consigue que los nuevos valores calen en los alumnos. La pregunta es si en un país dirigido por los tentáculos del Partido Comunista de China (PCCh) tendrán cabida las personas críticas que se atrevan a cuestionar y proponer soluciones.
La entrada de la IA en los colegios supone la apertura a un mundo de posibilidades, pero a su vez conlleva retos y riesgos: la dificultad de cambiar una institución poco dispuesta a grandes alteraciones y el peligro inherente de cualquier tecnología a ser usada con fines poco éticos.
Muchos docentes tienen todavía reticencias, ya que la perciben como un menosprecio a su labor y una amenaza directa a su puesto de trabajo. “Algunas escuelas se verán tentadas a usar IA para ahorrar dinero y mejorar los resultados académicos sin preocuparse por la integridad del proceso educativo, lo que eliminará el componente humano en la educación y derivará en fábricas de habilidades básicas”, alertó Jones a Efe.
A su vez, el uso de la IA podría acrecentar las diferencias ya existentes entre alumnos provenientes de distintas realidades socioeconómicas, puesto que aquellos de familias más acomodadas y con más alto nivel educativo tendrán más acceso a las herramientas fuera de clase, mientras que los más desfavorecidos probablemente sólo podrán acceder a ellas en el centro.
Si la IA ha entrado en las aulas para contribuir a formar a los ciudadanos del futuro, el debate fuera de ellas se centra en su potencial como herramientas para controlar y moldear a la sociedad, ya sea por parte de empresas privadas y entidades locales o del propio Gobierno central, en el caso de China.
Según el magno plan de seguridad “Skynet” abanderado por el presidente Xi Jinping y calificado por voces críticas de Occidente como “el Gran Hermano chino”, para el año que viene habrá cerca de 600 millones de cámaras en las calles, muchas de ellas equipadas con reconocimiento facial, una tecnología basada en IA que se está expandiendo a gran velocidad y normalizando entre la población.
Sin embargo, un runrún comienza a oírse en sitios como las redes sociales, donde la mayoría de los chinos da rienda suelta (dentro de lo posible) a sus opiniones.
Empiezan a sonar palabras como “límites” e “intimidad” de la mano de historias como la de Guo Bing, un profesor universitario que denunció a un parque natural por imponer el reconocimiento facial en su acceso.
Su caso, el primero relacionado con el uso del reconocimiento facial en China, fue aceptado por un tribunal, pero según los expertos no prosperará, ya que no existe una ley que proteja la intimidad.
Aunque las empresas sean dueñas de los datos, deben permitir al Gobierno chino acceso a las mismas, razón por la cual firmas internacionales como las estadounidenses Google o Facebook no operan en el país, donde existe además una fuerte censura en las redes.
A diferencia de China, el Gobierno de Estados Unidos ha logrado evitar directamente la polémica en torno al uso de la IA como herramienta de control social. Las críticas se han centrado en los cuerpos de Policía local y el uso de técnicas de reconocimiento facial para tareas como identificar a criminales, buscar a menores desaparecidos y prevenir el fraude.
Los críticos argumentan que esta tecnología puede perpetuar los sesgos de la policía contra minorías étnicas, ya que se ha probado que tienden más al error con personas de piel oscura. Una situación que enciende una relación (Policía-minorías) de larga tradición conflictiva.
Un estudio llevado a cabo por la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU, en inglés) halló que el reconocimiento facial había identificado incorrectamente a 28 congresistas de Estados Unidos (en su mayoría pertenecientes a minorías étnicas) como criminales al comparar sus fotografías con imágenes policiales.
Ante las críticas, en mayo de este año San Francisco (California) se convirtió en la primera gran ciudad del país en prohibir por ley a las agencias locales, entre ellas la Policía, el uso de técnicas de reconocimiento facial, que sin embargo siguen usándose en otras jurisdicciones.
¿Exagera Occidente cuando llama Gran Hermano a China?
“No”, así de contundente es la investigadora de Human Rights Watch (HRW) Maya Wang, quien habla con Efe sobre el ejemplo más claro del uso de la tecnología para el control social: Xinjiang. En esta región del noroeste de China de 22 millones de habitantes, 13 de ellos son escrutados milimétricamente a diario: los musulmanes uigures.
Cerca de un millón (según calculan las ONG) están recluidos en lo que China llama “centros de reeducación”, donde llegan para alejarlos de cualquier atisbo de convertirse en terroristas.
La población vive sometida a un fuerte control tecnológico documentado por organizaciones como HRW, que ha revelado numerosos detalles sobre el sistema de control, la Plataforma Integrada de Operaciones Conjuntas (IJOP). Entre ellos la existencia de una aplicación de vigilancia masiva utilizada por la policía en la que se recopilan datos personales y que envía alertas ante cualquier sospecha.
“El uso de la vigilancia masiva por parte del Gobierno chino es tan intrusivo que posiblemente no tenga precedentes en la historia de la humanidad. En Xinjiang lo hemos documentado, pero en el resto del país no sabemos cuántos datos recopila el Gobierno”, asegura Wang.
Xinjiang es por tanto el ejemplo de la distopía en la que puede convertirse una tecnología que conlleva un riesgo aterrador, la extensión de su uso por los regímenes totalitarios. EFE