El novelista, de 70 años, fue uno de los primeros casos diagnosticados en España, a finales de febrero
Fue a principios de los noventa en la Feria de Frankfurt que cada otoño reúne al mundo de la edición. Beatriz de Maura le comentó a un periodista cultural chileno afincado en Alemania que cada año se detenía charlar en el estand de la editorial Tusquets, que le habían recomendado una novela de un escritor chileno que estaba triunfando en Francia. ¿Quizá le sonaba? El libro era de un tal Luis Sepúlveda. El periodista río y le dijo que era él.
Aquel fue uno de los muchos principios que tuvo el novelista Luis Sepúlveda (Ovalle, Chile, 1949) fallecido hoy en el Hospital Universitario Central de Asturias, después de luchar durante varias semanas contra la Covid 19, que le fue diagnosticada a finales de febrero a su regreso de un festival literario, Corrrentes d’Escritas, celebrado en Póvoa de Varzim, en las inmediaciones de Lisboa. La noticia de su muerte fue lamentada por la comunidad literaria en Italia, Francia, Alemania y España. “Nos ha entristecido profundamente”, explicaba al teléfono el editor de Tusquets, Juan Cerezo. “Luis era un escritor muy querido. Activo en la comunidad literaria en la Semana Negra de Gijón, en las jornadas de literatura iberoamericana que se organizaban cada año en Asturias. Es terrible constatar que este virus mata”.
Aunque había comenzado a sacar poemas y relatos en su juventud, Sepúlveda se convirtió en un fenómeno editorial internacional —con miles de lectores en Italia, Francia y Alemania, traducido a 20 idiomas— con Un viejo que leía novelas de amor, aquel libro que llegó a manos de Beatriz de Moura en Frankfurt y que publicó en 1993. Hasta entonces, en sus muchas vidas anteriores, Sepúlveda había sido desde pinche de cocina hasta activista ecologista. Su biografía ha sido digna, sin duda, de varias novelas.
Hijo de un militante del partido comunista chileno y una enfermera de origen mapuche, se formó en producción teatral en la Universidad Nacional de Chile. El compromiso político Sepúlveda lo llevaba inscrito en el ADN. Sepúlveda siempre dijo que había nacido “profundamente rojo”. Durante el gobierno de Salvador Allende ayudó en la publicación de una colección de clásicos de bolsillo para que llegaran al gran público. Detenido tras el golpe de Pinochet estuvo preso dos años y medio y logró salir gracias a las gestiones del brazo alemán de Amnistía Internacional. En Alemania acabaría residiendo años después, aunque antes pasaría un año en la clandestinidad organizando un grupo de teatro de resistencia, se exiliará en Uruguay, Brasil, Paraguay, y Ecuador donde viviría con la comunidad de indígenas shuar.
En 1979 se unió a las brigadas internacionales de apoyo a la guerrilla en Nicaragua y tras la victoria se trasladó a Alemania. Allí arrancó su carrera como periodista y en los ochenta prendió de nuevo su activismo volcado esta vez el plano ecologista y medioambiental, uniéndose a la tripulación de un barco de Greenpeace. Fue un gran viajero: amaba investigar en las diferentes culturas y etnias. “El mayor tesoro de la especie humana”, decía sobre las idiosincrasias regionales. Llegó a Gijón en 1997 y allí reemprendió su relación con Carmen Yáñez, su pareja en los setenta en Chile, y madre de su hijo Carlos Lenin. En Alemania mantuvo una relación con Margarita Seven y tuvo tres hijos.
Autor de más de una veintena de novelas, libros de viaje, guiones y ensayos, su última novela es Historia de una ballena blanca, de 2019. Algunas de sus obras han sido adaptadas al cine, como Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, por el italiano Enzo D’Alò y en versión animada, o Un viejo que leía novelas de amor, dirigida por el australiano Rolf de Herr. Durante su larga carrera como escritor recibió una veintena de galardones, entre ellos el premio Pegaso de Oro, en Florencia, o el Premio de la Crítica, en Chile. Es, además, Caballero de Las Artes y las Letras de la República Francesa y doctor honoris causa por la Universidad de Urbino, Italia.
En un encuentro con lectores de EL PAÍS, Sepúlveda definía así el tratamiento de los personajes de sus novelas: “La buena novela a lo largo de la historia ha sido la historia de los perdedores, porque a los ganadores les escribieron su propia historia. Nos toca a los escritores ser la voz de los olvidados”.