Entre enero de 2015 y septiembre de 2019 hubo 321,925 denuncias vinculadas con la violencia de género e intrafamiliar, según datos de la Procuraduría. De estas, 54,215 se tipificaron específicamente como violencia de género
En lo que va de año se han producido al menos seis feminicidios en el país. Son la muestra más extrema de la violencia que viven cada día miles de mujeres en relaciones de pareja y hogares dominicanos. Parte de la magnitud del problema se refleja en los datos registrados en la Procuraduría General de la República.
Entre enero de 2015 y septiembre de 2019 hubo 321,925 denuncias de violencia de género e intrafamiliar, según estadísticas disponibles en la página de la institución. De estas, 54,215 se tipificaron específicamente como violencia de género, de acuerdo con el artículo 309-1 del Código Penal.
Según este artículo, “constituye violencia contra la mujer toda acción o conducta, pública o privada, en razón de su género, que causa daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico a la mujer, mediante el empleo de fuerza física o violencia sicológica, verbal, intimidación o persecución”.
La gran cantidad de casos de maltrato, que muestran el arraigo de la violencia machista en la sociedad, y las informaciones sobre mujeres asesinadas por hombres a los que intentaron dejar luego de ser violentadas e incluso después de denunciar al agresor ante las autoridades, pueden dar la impresión de que no hay salida, transmitir la idea de que la violencia machista es “normal”, y contagiar con desesperanza a algunas víctimas.
Por esta razón, tres mujeres cuentan de forma anónima cómo escaparon de la violencia machista, de hombres que las amenazaron de muerte o intentaron asesinarlas para que sus historias, aunque difíciles y llenas de sufrimiento, inspiren y ayuden a otras. También les hablan, desde sus vivencias, a las autoridades, familias y comunidades con el fin de que acompañen mejor a quienes sufren violencia.
Accedieron a hablar de forma anónima para no revivir en sus hijos viejas heridas. Hace más de diez años que sus relaciones violentas quedaron atrás y pudieron reconstruir sus vidas.
Dos de ellas sufrieron la inutilidad de órdenes de alejamiento que no las salvaron de los golpes de sus agresores y la insistencia de familiares, amigos y compañeros de iglesia para que “salvaran el matrimonio”. Dificultades que, según Sonia Perozo, de la Fundación Rescatando Mariposas, todavía enfrentan muchas mujeres que sufren violencia machista.
Sus compañeras de trabajo buscaron ayuda
Quedar atrapada en una relación machista, entre golpes e insultos, fue un giro inesperado en la vida de “Rosa”, una maestra que participaba en actividades culturales, era católica practicante y viene de una familia en la que “la figura de la madre es sagrada”.
Un día, delante de su hija, su marido la abofeteó “porque una sopa estaba salada”. Cuando llegó la bofetada, ya había sido insultada, amenazada con ser lanzada desde el balcón y vejada por años en su matrimonio.
Al mirar en retrospectiva, siente que su compañero, que sí creció en un hogar con violencia machista, mostró actitudes de maltratador desde el noviazgo.
“Lo vi varias veces insultando a su mamá y ella siempre lo defendió, decía que eran cosas aisladas, que él no era así”, comenta.
La mamá de “Rosa”, en cambio, no estaba de acuerdo con ese matrimonio porque pensaba, como en efecto resultó, que el joven era violento.
Sin embargo, cuando “Rosa” decidió divorciarse, luego de haber tenido tres hijos, su madre y sus compañeros de iglesia la animaron a que “salvara el matrimonio”. Así que, tras un año separada, volvió con su marido y tuvo un cuarto hijo. La violencia continuó.
Por suerte, un grupo que no aceptó como un hecho normal el maltrato: sus compañeras maestras, coordinadoras y directoras de las escuelas en las que trabajaba. Al enterarse de que era golpeada, la animaron a buscar ayuda en una ONG y a poner la denuncia ante las autoridades: “Una me dijo, si no pones la denuncia, la pongo yo”, dice. Aunque no fue fácil, la terapia psicológica fue el principio del fin de su relación violenta.
Pero, tuvo que sortear la incompetencia e insensibilidad de los policías y del sistema judicial. “La risita de los policías diciéndome que eran cosas de marido y mujer, que ahorita nos arreglábamos, yo sentía mucha vergüenza”, dice.
Obtuvo una orden de alejamiento, porque incluso después del divorcio, el padre de sus hijos la golpeaba y violaba. La orden no servía de nada: “Yo lo amenazaba con la orden, pero si estaba borracho, no le hacía caso a eso”, comenta.
A pesar de la resistencia inicial de su madre, su familia la apoyó: uno de sus hermanos la defendió del maltratador y su mamá cuidaba a los niños para que volviera a la universidad a terminar la licenciatura en educación y a estudiar psicología.
Pero el acoso no paraba. Ante una situación desesperada, decidió casarse otra vez: “Tenía una propuesta, un señor bueno, que cumplía con los requisitos y me casé”. La unión terminó en divorcio.
Finalmente, gracias al apoyo de su familia y de la ONG que la ayudó a nivel legal y psicológico, logró alejar al maltratador.
En la actualidad, y gracias a que asistieron a terapia psicológica, los hijos de “Rosa” tienen una buena relación con su padre, a pesar de reconocer que fue una persona violenta. Ella ejerce con éxito un trabajo vinculado con la psicología.
La empresa en la que trabajaba le ayudó a escapar de la violencia
Los golpes empezaron cuando tenía tres hijos. Por años, “Ana” calló y escondió las agresiones.
Un día, preocupada por su seguridad y la de sus hijos, habló con su jefa, quien la llevó al departamento de Recursos Humanos de la empresa donde trabajaba como obrera no calificada, y allí la pusieron en contacto con una ONG en la que se daba asistencia psicológica y con una fiscalía.
Para escapar, fue a una casa de acogida. Ella y sus hijos recibieron ayuda psicológica. Su ex pareja, que le pegaba incluso después de la separación, fue encarcelado por diez meses.
“Pudieron darle más cárcel, pero yo no quise seguir con eso y aportar más evidencias. Su mamá, que fue buena conmigo, me llamó para que no siguiera y como teníamos hijos…”, recuerda.
Señala que en su caso falló la orden de alejamiento: en varias ocasiones su ex marido le pegó a pesar de tener un papel en el que se establecía que no podía acercarse a su casa.
De todos modos, con la asistencia psicológica de la ONG y la red de apoyo que tejieron en su trabajo con la Fiscalía, pudo, poco a poco, escapar del maltratador, con quien no tiene contacto desde hace diez años.
El sistema judicial obligó a su ex marido a ir a terapia. “Pero no funcionó mucho porque él seguía casi igual. Cambió un poco después de que estuvo sus diez meses detenido”, enfatiza.
Además, luego de llegar a un acuerdo sobre la manutención de los hijos, él quería que lo eximieran de pagar la pensión, y volvieron a la Justicia. Finalmente, el conflicto se resolvió, pero en una década ella no ha tratado de que le aumenten la pensión para evitar contacto con el agresor.
“Ana” piensa que ella y sus hijos han superado los traumas de la violencia, a pesar de que los niños no pudieron terminar su ciclo de terapias porque, aunque eran gratis, no siempre tenía dinero para pagar el pasaje desde su casa hasta el consultorio.
Ahora limpia casas para mantener la familia. Su ex pareja aporta una pensión alimenticia de unos RD$3,000 al mes para tres hijos.
Un espíritu libre atrapado en una relación violenta.
¿Cómo una mujer independiente, acostumbrada a vivir sola, salir cuando quería y cuyos padres la apoyaban y le enseñaron el valor de la autonomía, terminó obedeciendo a un hombre que la alejaba de sus parientes y amigos?
Solo hizo falta un hombre violento y unas circunstancias que facilitaron su dominio sobre ella en una sociedad que normaliza la obediencia de las mujeres a sus parejas.
Cuando “Teresa” y su ex marido se mudaron juntos, ya tenían un hijo en común. Entre los dos desarrollaron un negocio. Ella dejó de trabajar para otras empresas y empezó a construir lo que pensó sería el patrimonio familiar.
Así comenzó su aislamiento. El trabajo estaba cerca de la casa, siempre estaban juntos, y terminó a cargo de la administración, pero él controlaba el dinero.
Dejó de visitar a sus parientes, a quienes solo veía en su casa, con su marido, donde él siempre parecía encantador. Cuando llegaron los insultos: “No sirves para nada”, “¿quién te va a querer a ti si me dejas?”, todo su mundo giraba en torno a la pareja. Sus amigas se habían alejado porque notaban que al maltratador no les agradaba su presencia.
“En principio no le daba importancia a todo el control que él tenía, ahora veo que era violencia y que siempre fue así. Cuando éramos novios me iba a buscar a la universidad, se aparecía donde yo estaba con mis amigas”, reflexiona.
“Teresa” asistió a terapia por recomendación de una prima, y en la medida en la que ponía límites al control, aumentaban las amenazas.
“Estás buscando que yo haga lo que hacen los hombres, que te mate y después me mate yo”, le dijo un día su maltratador. Esa frase la alarmó. “Aproveché que se puso a tomar con sus amigos. Me puse una piyama cubierta y empecé a entrar ropa cómoda en una maleta. Cogí el pasaporte del niño y el mío. Había un arma en mi casa y se la llevé a mi cuñado que vivía ahí. Le digo lo que pasa y él se queda con el arma, y me voy a donde estaba mi mamá con mi hijo y hasta el día de hoy…”.
El padre de “Teresa” llamó a su ex pareja, le exigió que no se acercara a su hija, y este no volvió a molestarla. Su madre la apoyó en la crianza de su hijo. Después de la separación, se dedicó a las artes plásticas como siempre había querido. Su hijo recibió terapia y hoy tiene una buena relación con su padre.
Al mirar atrás, se sorprende de haber durado once años en una relación violenta. “Mi papá y mi mamá eran libres. Mi mamá le decía a mi papá ‘voy a salir por unos días’, y mi papá le preguntaba si quería dejar o llevarse a los niños, pasábamos una semana, volvíamos y todo estaba bien, siempre vi eso”, comenta. Para ella, la violencia de género era algo que le pasaba a otras familias, no a la suya.
Es que las razones de la violencia machista son complejas y no dependen solo de las familias, sino de todo un sistema social que valida el sometimiento de las mujeres a los hombres.
“Aunque no nos guste, a las mujeres las matan por ser mujeres. Es un riesgo ser mujer, culturalmente se le enseña al hombre que la mujer le pertenece, que no es sujeto de derecho, sino objeto.
Como tal, el acto culmen de hacerle ver que es suya es el feminicidio”, explica la psicóloga especialista en violencia de género Evelin González.
Y este es el reto, producir un cambio cultural y político para que las mujeres sean reconocidas como personas con los mismos derechos que los hombres.
Recomendaciones para familiares de víctimas de violencia machista
Sonia Perozo recomienda a familiares, amigos y compañeros mujeres maltratadas:
-Ofrecer información sobre organizaciones que puedan ayudarlas, como el Patronato de Ayuda a Casos de Mujeres Maltratadas (PACAM): 809 533-1813 y Rescatando Mariposas: 809 508-7599.
-No obligar a la mujer a denunciar, respetar su proceso. Se necesita preparación emocional para dar el paso. Es necesario apoyar, ofrecer información y llamar a los números de emergencia, como el 911, si su vida está en riesgo inminente.