Era muy joven cuando escuché por primera vez el nombre de Doña Yvelisse Prats. Recuerdo ese momento muy bien. Fue en el año 2005, tenía 14 años. Se trataba de mi abuela, la cual solía contarme sus anécdotas en el significativo rol de vecina del ex vicepresidente de la República, Doctor Segundo Armando González Tamayo. En uno de sus categóricos razonamientos acerca de la honestidad de González Tamayo, apareció el título de Yvelisse Prats. Nada más certero que el referido coloquio versara sobre aquellos políticos que disfrutaban de la condición ética para ser valorados por una mujer que tenía una animadversión expresa por la política como pasaba con mi abuela.
Crecí esos años atendiendo a la tesis de que Doña Yvelisse y Doña Milagros Ortiz Bosch respondían a un parámetro ético inalcanzable en la política dominicana. Si, es que mi abuela a pesar de acariciar la verdad, también le corría por las venas una simpatía perredeista que no podía esconder.
Fue en el año 2012 que la vi por primera vez. Que sorpresa me llevé. Ahí estaba ella, la misma de los cuentos de mi abuela. La observé detenidamente y sin perder mucho tiempo la abordé, auto presentándome como un joven estudiante. Se trataba de la primera actividad política a la que yo asistía. Esa noche no hablamos mucho, pero me invitó a que fuera a lo que más tarde se convertiría en su última morada académica, el Instituto de Formación Política Doctor José Francisco Peña Gómez.
Esa noche llegué a mi casa y le dije a mi papá que debía llevarme a ese lugar al otro día. Me apersoné al instituto bien temprano. A las 7 y 30 de la mañana me dejó mi padre en la entrada, pero todavía no abrían las puertas. La esperé detenidamente hasta las 10 de la mañana. Finalmente llegó y pude verle sus ojos debajo del sol. Hablé con ella por espacio de dos horas. Me regaló un libro en nuestra primera cita, las 48 leyes del poder de Robert Greene. Me lo dedicó. De ahí nuestra práctica de compartir las obras con estudiantes y colegas.
Doña Yvelisse era más grande de lo que me recitaba mi abuela. Mis charlas eran interminables con ella. Me animó a participar activamente en política y yo le decía que ya lo estaba haciendo, pero para Doña Yvelisse la política era algo más que levantar una bandera para apoyar un candidato o partido alguno. Se trataba de otra cosa. De lo que posteriormente me enamoré. Me refiero a la persecución permanente del conocimiento.
Hablábamos de todo. De política, diplomacia, educación, cultura, sociología, filosofía, historia, pero sobretodo, hablamos mucho de la ética en el servicio público. Su mayor legado. Me insistía mucho sobre como la política dominicana había pasado de ser una actividad de contradicciones ideológicas a una competencia por el ascenso económico.
Mi repudio a la corrupción, la institucionalizada y la no institucionalizada, procede de las largas horas que Doña Yvelisse me hablaba al respecto. Me fui dando cuenta que mi maestra tenía razón. Mientras la riqueza de un político debe reflejarse en el buen ejercicio de sus funciones, en la República Dominicana versa sobre el aumento de su patrimonio. ¡Que asquerosidad! Así decía siempre mi maestra.
Mi maestra y yo teníamos muchas cosas en común. El amor por el conocimiento, el asma, las relaciones internacionales y la docencia. Doña Yvelisse me formó como estudiante, como maestro y como profesional. Me obligó a diferenciarme de los demás, a aborrecer lo fácil y lo incorrecto, a ser justo. Mi maestra me instruyó a ver las mujeres como consorcio de admiración colectiva y como compañeras de intelecto, no como objeto de admiración estética. Siempre me contaba de su vida con su esposo, Don Mario Emilio, su compañero.
Doña Yvelisse me dijo desde el inicio que después de la muerte del Doctor Peña Gómez, el internacionalismo socialdemócrata había sido abandonado por la arquitectura política dominicana. Quienes estaban, no representaban. En la oficina de mi maestra se compró el vuelo de la primera actividad de política internacional en la que participé, fue el 11 de octubre del 2013. Ese viaje fue a El Salvador. En los últimos 7 años visité muchos países y siempre que llegaba a suelo dominicano, visitaba la oficina de mi maestra para contarle de mis experiencias y escuchar sus sugerencias.
Mi maestra se sentía muy orgullosa cuando mencionaba en clases que era mi maestra y que yo era uno de sus discípulos. Soy sincero cuando digo que la pasión me sale por los poros cuando de Doña Yvelisse se trata. En su última etapa, lloraba cuando lo mencionaba. Lo hacía público. El 15 de enero del año 2019, mi maestra se refirió a nuestra persona en la red social twitter diciendo, “Como perremeísta me siento orgullosa de ti, de tus valores. Y me siento más orgullosa cuando me declaras tu maestra”. En esa ocasión, a quien le tocó llorar fue a quien suscribe. Era inevitable.
Maestra, físicamente ya no nos veremos más, pero le prometo que mi ejercicio público estará marcado por sus principios y valores, que son los míos, los que me enseñaste. Desde el 2005 usted inició un proceso de perforación en mi conducta como ser humano, a partir del 2012 se desarrolló y culminó el 11 de octubre de 2020, día en que usted falleció, y por coincidencia, exactamente 7 años después que compramos el boleto de mi primer viaje en su oficina. Maestra, me portaré bien para que usted me espere en el cielo porque todavía tenemos muchas cosas que hablar.
Por: José Julio Gómez
Viceministro de Política Exterior Bilateral