Santiago de Chile, (EFE) – Chile contiene el aliento este sábado en la jornada previa a las elecciones presidenciales más trascendentales de los últimos 30 años, en las que se enfrentarán para relevar al conservador Sebastián Piñera el exlíder estudiantil de izquierda Gabriel Boric y el ultraderechista José Antonio Kast.
En las calles, en el transporte público o en las terrazas de un veraniego, en Chile no se habla de otra cosa que no sea de esta votación, que según los expertos es las más determinante para el futuro del país desde el plebiscito de 1988 que sacó a Augusto Pinochet del poder.
Más de 15 millones de personas están llamadas a acudir el domingo a alguno de los 2.500 locales de votación, que desde hoy se encuentran custodiados por las fuerzas se seguridad, según explicó el ministro del Interior, Rodrigo Delgado.
EVITAR EL ABSTENCIONISMO
Las últimas encuestas coinciden en que Boric ganaría el balotaje con entre 5 y 14 puntos de ventaja, aunque los expertos afirman que el panorama es muy incierto teniendo en cuenta el estrecho margen entre los dos candidatos en primera vuelta -2 puntos porcentuales-.
A esto se suma que la participación de la última votación fue tan solo del 47 % y que según los últimos pronósticos, difundidos el pasado 4 de diciembre -último día en que la ley permite publicar sondeos-, hay un gran porcentaje de indecisos.
De acuerdo con la encuestadora Cadem, una cuarta parte de los chilenos del censo sigue sin tener clara su preferencia o no acudirá a las urnas.
“Yo no voy a ir, a mí me gusta Chile tal y como es ahora, y esos dos candidatos no van conseguir nada. Son muy extremos”, señaló a Efe Melany Cavieres, una estudiante santiaguina de 28 años.
Esta sensación la comparte Luis Felipe, un hombre de mediana edad que reside en un barrio acomodado de la capital. “Ninguno representa mis ideas. Voy a ir a votar pero solo para evitar que salga el que no quiero”, señaló a Efe.
Durante la jornada, Kast se mantuvo reservado y Boric hizo un llamado a participar desde Magallanes, su tierra natal, al extremo sur del país.
“Los necesitamos. Hay proyectos que son muy distintos en juego (…) y la esperanza debe ganar al miedo”, señaló.
DOS MODELOS ANTAGÓNICOS
El que fue durante décadas el país más estable de Latinoamérica deberá elegir entre dos candidatos que traen bajo el brazo propuestas más drásticas que las de los grandes bloques de centro-derecha y centro-izquierda que se repartieron el poder desde el retorno a la democracia en 1990.
Diputado de 35 años y líder de una alianza entre el Frente Amplio y el Partido Comunista, Boric tiene un programa que apunta hacia un Estado de bienestar parecido al europeo, con acento feminista y ecologista.
Es el candidato de los “cambios profundos” en materia de pensiones, educación y salud, y representa a la parte de la sociedad chilena que participó en las masivas protestas por la igualdad de 2019, señaló a Efe María Cristina Escudero, politóloga de la Universidad de Chile.
En tanto, Kast, católico ferviente y líder del ultraderechista Partido Republicano, es partidario de defender el modelo actual con leves cambios, basado en el neoliberalismo instalado durante la dictadura militar (1973-1990).
Contrario al matrimonio igualitario, al aborto y defensor de cavar una zanja en la frontera para evitar el paso de migrantes irregulares, Kast se ha declarado fan de Jair Bolsonaro y Donald Trump.
Forma parte de un clan familiar que tuvo estrechos lazos con la dictadura de Pinochet y sus promesas de “orden y seguridad” lo llevaron a ser el candidato más votado durante la primera vuelta en noviembre, con un 27,9 % de apoyo.
COSER LAS HERIDAS DE LA CRISIS SOCIAL
El próximo presidente, que tomará posesión en marzo de 2022 por un período de 4 años, deberá coser las heridas que dejó la crisis social de 2019, una ola de masivas protestas por la igualdad que dejaron una treintena de muertos y pusieron en jaque al Gobierno actual y a las fuerzas de seguridad.
También liderará la implementación de las normas de la nueva Constitución que comenzó a redactarse este año y que podría entrar en vigor en 2022 en caso de aprobarse en un plebiscito de salida.
Otra de los retos más urgentes será el de atender las necesidades de una clase trabajadora apurada económicamente tras la pandemia y a la que se le terminan este año las ayudas sociales, además de encarar una inflación no vista en décadas.