Joe Biden tomó este martes la decisión de vetar las importaciones de petróleo y gas de Rusia, entre dudas y temores por un fuerte impacto en los precios de la energía.
El presidente estadounidense y su equipo llevaban días sopesando los pros y los contras de la medida e intentando negociarla con los países clave de la Unión Europea. Finalmente decidió adoptarla en solitario, aunque espera de que los gobiernos del otro lado del Atlántico le secunden de alguna manera.
La dependencia Estados Unidos de los combustibles procedentes de Rusia se limita al 8% del petróleo que consume. Europa en su conjunto, en cambio, importa a ese país el 41% del gas natural y el 27% del petróleo que requiere.
Pero hay consenso entre especialistas y operadores económicos en que la prohibición de Washington tendrá un efecto notable y muy negativo en la ya notoria escalada de precios de la energía y por tanto en la inflación, que en EE.UU. es la más alta en cuarenta años.
Biden, y en su caso los gobierno europeos, defienden con una sanción al petróleo y al gas ruso no son sólo valores sino posiciones estratégicas respecto a la invasión de Ucrania. Se trata de estrangular definitivamente la economía rusa; sus líneas de abastecimiento general.
Rusia recibió el año pasado unos 104.000 millones de euros con sus exportaciones de petróleo a Europa y el Reino Unido, y 43.400 millones de euros por las de gas. Lo que significa que estas materias primas ofrecen a Vladímir Putin y su país un balón de oxígeno que les permite sobrevivir y alimentar la maquinaria de guerra pese a las duras y no ineficaces sanciones ya impuestas contra los bancos y las élites del país.