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El serpentinero habla con elCaribe sobre todo lo que vivió previo a su debut con los Reales de Kansas City el pasado martes

La rueda comenzó a girar en 2015 de manera oficial y enfrentó incontables obstáculos. José Luis Cuas estaba en el mundo del béisbol profesional, pero parecía inmerso en una carrera de 10 mil metros con vallas. A cada instante chocaba con una y en lugar de avanzar, retrocedía.

“Firmé con Milwaukee en 2015 por un bono de 100 mil dólares. Era torpedero y lo cogía fácil, yo pensaba que al firmar había que subirme sí o sí a Grandes Ligas”, dice Cuas a elCaribe desde Kansas City, donde ayer estaba libre un día después de debutar en las Grandes Ligas tras permanecer largos años entre las menores, liga independiente, trabajando en una compañía de servicios de mensajería y envíos, apegado a la ayuda del gobierno y sumergido en el limbo, sin rumbo.

“No me fue bien, no bateaba y les pedí que me dejaran lanzar, algo que aceptaron, pero para 2018 fui dejado libre. Eso no fue la gran cosa para mí. Pensé dejar la pelota”, agrega sobre ese momento en el que tenía 24 años. Había logrado su primer pacto a los 21. Ahora tiene 27.

“Fui a una Liga Independiente, con los Long Island Ducks, y ahí me encontré a Francisco “Kid” Rodríguez (el otrora cerrador venezolano) y me habló sobre tirar de lado porque yo tiraba por encima del brazo. Eso me ayudó a que mis lanzamientos lucieran mejor”, comenta el serpentinero nacido en República Dominicana un 28 de junio de 1994. A los tres meses fue llevado por su familia hacia Brooklyn, Nueva York.

Su hermano menor, Alex, le convenció para que buscara una nueva oportunidad tras estar en la Liga Independiente. Solo que, “Chelo”, como le dicen a José Luis, ya tenía su familia y había un hijo y una esposa que mantener. En ese invierno de 2018 su rutina era despertarse a las 5:00 de la mañana a repartir cajas en un vehículo y al terminar se iba a un parque en Queens con Alex, que le motivó a trabajar como un profesional, a entregarse en cuerpo y alma. “Había un solo bombillo en ese parque y yo llegaba explotado”, cuenta el derecho cuyo repertorio incluye una recta de dos costuras, cambio y slider.

El choque de la pandemia

En 2019 logró un contrato con Arizona y en las sucursales minoritarias avanzó con calidad. El 2020 prometía bastante. Había proyección de arribar a la Gran Carpa, pero llegó la pandemia del COVID-19 y, como dice la canción, todo se derrumbó. A los pocos meses lo llamaron que estaba libre.

“Nueva York cerrado, todo cerrado y ahí dije ya sí es verdad que no estoy en pelota. Me inscribí para ayuda en el gobierno en lo que encontraba trabajo”, dice Cuas, padre de dos niños y muy agradecido del respaldo de su esposa Anais. “No tengo con qué pagarle. Ella nunca me dejó solo”, indica.

En ese mismo 2020-21 lo llamó Manny García, a la sazón el coach de picheo de las Águilas, para que trabajara con los amarillos. “¿Qué más podía perder?”, pregunta. “Al menos era otro chance. Y varias semanas después estaba en el roster y me tocó debutar contra los Toros, saqué mis dos outs, uno de ellos a Gary Sánchez. Gracias a Dios que hice mi trabajo y me dieron más confianza”, relata Cuas, el mismo que dos temporadas anteriores vino al país en busca de un puesto con los Toros y el Escogido. ¿El resultado? Nada.

Fue por lanzar bien con las Águilas que conoció a T.J. Peña, el de la idea de recomendarlo a Kansas City, que lo firmó en 2021, lo retuvo para 2022 y, a pesar de que lució bien en el entrenamiento, lo mandó a las menores. “Me fui tranquilo, no muy contento, pero tranquilo y recuerdo que Salvador Pérez me dijo que no me desespere que nos veíamos pronto”, indica.

El gran momento

El pasado lunes, tras un viaje larguísimo en guagua, su teléfono sonó. “Arranca para el aeropuerto, te vas para Cleveland”, dice Cuas que le dijo su dirigente. “Yo no sabía ni qué decir ni nada, luego llamé a mi gente”, señala “Chelo”, quien duró varios días con la misma ropa porque el equipaje llegó después.
El martes, fue convocado para lanzar en rol de relevo en las Grandes Ligas. Ponchó a Oscar Mercado para su primer out. “Todavía no me lo creo que estoy aquí, yo no he aterrizado, pero gracias mi Dios porque todo lo que viví me preparó para esto”, exclama con una felicidad que le brota por los poros. La clave es no rendirse, aún haya cientos de óbices.

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