Al Horford está en su derecho de jugar o no con la República Dominicana, especialmente si ya lo hizo, como por igual respeto a otros atletas que no puedan cumplir con ese propósito. A todos, sin distinción, he tratado de entenderles.
Ahora bien, Horford se equivoca al distanciarse de su país de una manera tal que por muchos espacios se piense que no le importa la selección que ocupa un lugar preferencial en el corazón de muchos de sus compatriotas.
Él puede no accionar y estar presente. Observando con detalle en los últimos meses, muchos fanáticos, además del enfado que provoca saber que una vez más se perderá otra cita de importancia, también expresan su encono por una apatía del centro de los Celtics que no le veo razón alguna de existir.
Al tendrá sus razones para estar divorciado de la Federación Dominicana de Baloncesto, directivos y demás, pero cae en un yerro mayúsculo al incluir en ese cerco de castigo a muchos dominicanos que una vez le admiraron y/o actualmente le respetan.
¿Qué le cuesta subir un mensaje a sus redes enviando apoyo a la escuadra que estará en el Mundial de Filipinas? ¿Acaso perderá algo por colocar la bandera de la tierra que le vio nacer en algo de la tropa que hoy dirige “Che” García”?
Quien le ha aconsejado esa sequía, falló medio a medio sin importar el rango sanguíneo o de vínculo con Al. Peor aún, el peso recae en el propio Horford, cuyos méritos son indudables y es precisamente cuando más altos estamos que debemos tener los pies sobre la tierra.
El ego es un mal consejero. Te envuelve en un manto funesto y muchas veces se despierta tarde.
Veo a Al Horford en el Salón de la Fama del Baloncesto. En lo personal me representa como ciudadano ejemplar. Dicho eso, cada día que pasa y no deja saber que en algo le importa la escuadra local, es una daga que ahonda una herida que de por sí es profunda.
Actúe a su nivel, señor Horford, los grandes no se dejan amargar por trivialidades. Por más que le hayan hecho, millones de dominicanos están por encima de eso. El brillo y las luces se apagarán, más no el hecho de haber llegado al mundo en la República Dominicana.