La situación de Venezuela, país amigo de República Dominicana, sigue siendo convulsa. Cada día representa un nuevo episodio de un panorama social y político que amenaza con agudizarse, con resultados funestos que se han cobrado la vida de más de 75 personas de todo el país.
La comunidad internacional hace ingentes esfuerzos por colaborar en la solución de esta crisis, a sabiendas de que se trata de un conflicto interno que debe ser dirimido por los propios venezolanos.
Para nuestro país resulta preocupante que Venezuela no haya podido aún resolver sus diferencias, por los vínculos históricos que unen a estos dos pueblos, y sobre todo por el impacto negativo que tiene para un Estado con un gran potencial para garantizar el desarrollo integral de sus ciudadanos.
Venezuela tiene todas las oportunidades de recuperar su principalía en el escenario geopolítico de la región, incluso más allá de sus ricos yacimientos de petróleo. Por esto, no es justo que sus pobladores, con un gran arraigo de pertenencia y nacionalismo, tengan que salir de su patria corriéndole a las consecuencias derivadas de esta crisis.
Nada más nocivo para la memoria histórica de una nación que registrar el enfrentamiento violento entre sus propios ciudadanos. República Dominicana vivió una vez esta amarga experiencia, y todavía resulta perturbador recordar los vestigios de este capítulo gris de nuestra historia republicana.
El más reciente suceso de un helicóptero sobrevolando la sede del Supremo de Caracas reveló el nivel de tensión que vive esa nación suramericana, y puso a muchos a pensar en cuál será finalmente la fórmula más eficaz para buscarle salida a ese conflicto interno.
Mientras tanto, millares de venezolanos viven un drama que convierte en testigos a países de todas partes del mundo, los cuales reciben diariamente a centenares de estas personas.
Y los que decidieron quedarse animados por la idea de un final feliz para esta crisis amanecen cada día con un futuro incierto, sujetos al devenir de unos acontecimientos de secuelas impredecibles.
Los ciudadanos que amamos y luchamos cada día para instaurar un mundo de paz, nos aferramos a la esperanza de que el hermano país de Venezuela encuentre pronto una salida inteligente para superar sus dificultades.
Y estoy segura de que así será, porque otras naciones lo han logrado de manera exitosa. El ejemplo más próximo es su vecino, Colombia, donde el pasado martes las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC), la más antigua de América, proclamó su “adiós a las armas”, tras más de medio siglo de lucha armada. Entonces, por qué no apostar a la reconciliación.