Al punto al que han llegado las cosas, en Venezuela parecen existir solo dos opciones: diálogo o guerra civil. Y esta última daría lugar a una intervención militar liderada por los Estados Unidos. Así de dramático.
De todas, la única humanamente rentable es el diálogo entre el Gobierno y la oposición, pues todo lo demás significaría una catástrofe inconmensurable no solo para los venezolanos sino para toda Sudamérica y de paso el continente completo.
Se podría desatar una guerra de gran intensidad que involucre, sin proponérselo, a Colombia, donde se acaba de poner fin—en más de un noventa por ciento—a un conflicto de más de 50 años, con la firma de los acuerdos entre las FARC y el Gobierno colombiano, solo a la espera de que se completen las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) para completar la paz.
Este proceso eventualmente se vendría abajo, ya que esos grupos se podrían reactivar de producirse un conflicto bélico en Venezuela con repercusión en Colombia.
Esta eventualidad, que no es remota, debería servirle de disuasivo al presidente colombiano, Juan Manuel Santos, para no involucrarse en la conspiración contra Venezuela en la cual ha estado inmerso, haciendo causa con varios mandatarios de la región que sobresalen como canallas.
Volvamos al caso. El diálogo es lo único que salva a Venezuela de una confrontación de gran alcance que sumergiría a la nación bolivariana en un inmenso desastre con la posible pérdida de miles de vidas y la destrucción por completo de su aparato productivo.
Así las cosas, las partes confrontadas, si en verdad aman a los venezolanos, deberían emplearse en la tarea de reencauzar el diálogo en que han estado involucrados los ex presidentes Leonel Fernández, Martín Torrijos y José Luis Rodríguez Zapatero, quienes han sostenido este difícil proceso con la ayuda del Vaticano.
No hay ninguna duda de que el trabajo de mediación encomendado por Unasur a los ex mandatarios no ha naufragado principalmente por la tenacidad del doctor Fernández, quien cuenta con el apoyo del chavismo y de los dirigentes menos radicalizados de la oposición que no quisieran ver a su nación nadando en un inmenso mar de sangre.
Quizá los más radicales de la oposición piensan que mientras más se agudizan las contradicciones y entre más violentas se tornan las manifestaciones y las protestas callejeras, en esa misma proporción se acercaría el fin del Gobierno de Nicolás Maduro.
No se necesita ser estratega político ni militar para sostener que si por ahí andan las cosas, se trataría de un mal cálculo, puesto que el chavismo no se dejará tumbar tan fácilmente. Luego, sólo el diálogo es la solución.