No todo “intelectual” es sencillo, simple y lógico, pero los que poseen esas características son extraordinarios y lo que menos desean es que los traten como superhumanos. La palabra “ego” no está en sus diccionarios.Recuerdo que alguien se le acercó al siempre admirado padre Ramón Dubert y le dijo: “Usted es un sólido intelectual, sus conocimientos son enormes”. El sacerdote, que no le gustaba que lo alabaran, contestó: “Creo que usted está equivocado, no soy nada de eso, y si por casualidad usted piensa que sé muchas cosas, tampoco es así, lo que sucede es que la mayoría de la gente estudia y lee menos que yo, que es distinto”.
El padre Dubert era un intelectual de primera, con una cultura universal impresionante. Lo que su cerebro albergaba lo llevaba a la práctica en beneficio del Bien Común. No era un teórico aéreo y con risibles ínfulas de genio. Todo lo que externaba era sensato.
Me encanta el término “intelectual”. Según la enciclopedia libre Wikipedia significa “el que se dedica al estudio y la reflexión crítica sobre la realidad y comunica sus ideas con la pretensión de influir en ella, alcanzando cierto estatus de autoridad ante la opinión pública. Proveniente del mundo de la cultura como creador o mediador, interviene en el mundo de la política al defender propuestas o denunciar injusticias concretas, además de producir o extender ideologías y defender unos u otros valores”.
De aquí se desprende que, probablemente, los intelectuales juran que son muy importantes, que tienen un estatus envidiable en la sociedad, que están por encima de los mortales y hasta de los inmortales, que lo que dicen es palabra de Dios, que nadie puede osar contradecirles…
Quizás por ello tantas personas tratan de ser intelectuales y aspiran (y entienden que lo merecen) a que coloquen sus fotos al lado del sabio Salomón y muy cerquita de Aristóteles y Santo Tomás. Eso sí, los hay que reconocen que distan mucho de ser intelectuales, pero actúan como si lo fueran porque les conviene. Asumen la frase del genial e irónico Woody Allen cuando afirmó: “Nunca he sido un intelectual, pero tengo ese aspecto”.
Y me cuestiono: ¿Qué condiciones debo tener para autoproclamarme “intelectual”? ¿Puedo decidirlo? ¿Quién lo aprueba? ¿Qué beneficio tiene serlo o aparentarlo? ¿Qué es ser “intelectual? Yo, para evitar el caos de tantas preguntas, opto por valorar el “sentido común”, palabras que se alejan de los que se ufanan de ser intelectuales sin serlo, porque los que he conocido con tal virtud, no sabían que lo eran, como el padre Dubert, por ejemplo. Y termino con la pregunta: ¿se considera usted un “intelectual”?