En América Latina, con las excepciones conocidas, ha sido norma el regreso de los que han gobernado. En Estados Unidos y México no vuelven porque no pueden. De haber podido, Bill Clinton habría regresado en busca de la Casa Blanca en alguno de los siguientes cinco comicios tras su mandato.
Si pudiera, Barack Obama estaría preparando su regreso en 2020. En México, de haber sido posible, estarían en la liza tanto Vicente Fox como Felipe Calderón. Esto, sin mencionar a Carlos Salinas de Gortari o Ernesto Zedillo, el primero, prototipo de uno de los mayores fraudes de la tecnocracia, y el segundo, tan opaco como su propia candidatura en el Partido Revolucionario Institucional a la cual arribó tras el conspirativo asesinato del abanderado del PRI, Luis Donaldo Colosio.
En Chile regresó Michelle Bachelet y lo intentó Eduardo Frei hijo. Las próximas elecciones en el país sudamericano se decidirían entre los expresidentes Ricardo Lagos y Sebastián Piñera que quieren volver, cada cual con su historia.
Nadie duda de que la mayor posibilidad es que el escenario electoral dominicano en 2020 se dirima como contendientes principales, entre los expresidentes Hipólito Mejía y Leonel Fernández, ya conocidos muy bien por la población.
El electorado tiene presente que Hipólito lideró un modelo de Gobierno que fracasó, mientras Leonel fue cabeza de una gestión exitosa en el fortalecimiento institucional y rica en realizaciones materiales que están por todos lados.
Ahora mismo en Brasil—muy a pesar de la despiadada campaña en su contra—el expresidente Lula da Silva encabeza las encuestas y cada día su figura crece como la primera opción para las elecciones del próximo 2018. La razón de ese repunte la encontramos en las políticas populares que adoptó el Partido de los Trabajadores en las dos administraciones de Lula y la primera de Dilma.
Pudiéramos hacer un recorrido por todo el continente para darnos cuenta de que, con raras excepciones, los votantes se inclinan a favor de los líderes que han gobernado, tal vez atendiendo al refrán del malo conocido, pues al decidirse por las opciones nuevas se han topado con desastres monumentales.
Un presidente que regresa lo hace lleno de experiencias buenas y malas. Está dotado de las herramientas indispensables para poder rodearse de colaboradores nuevos con ideas nuevas, y respecto de los anteriores también tiene la capacidad de decantarse por los menos contaminados.
Es muy difícil que un gobernante que recibe una segunda oportunidad de su pueblo fracase, a menos que se trate de un tarado. De ahí que casi siempre esos gobernantes hacen buenas gestiones, dándole la razón a la población de que no se equivocó al elegirlos nuevamente.