Cada día, son más las voces que se suman al reclamo colectivo de que la sociedad dominicana debe avanzar hacia dimensiones distintas en la forma de hacer política y asumir la conducción del Estado.El tema parece recurrente, repetitivo. Sin embargo, dejarlo de lado sería entonces ceder espacio a los que de algún modo son favorecidos con la mejor tajada de un sistema político torcido y profundamente desacreditado.
Con sobradas razones, muchos ciudadanos entienden que en República Dominicana hay más “politiqueros” que verdaderos políticos, que son los que colocan el bienestar de su patria por encima de cualquier apetencia personal.
Y la gente lo sabe. No creo en la prejuiciosa denominación del “dominicano común”, porque hoy día los ciudadanos están lo suficientemente informados para saber distinguir entre políticos y “politiqueros”, y saben bien que estos últimos se adentran en este quehacer buscando sólo el logro de objetivos individuales.
Y son esos “politiqueros” los que viven de intrigas y bajezas de todo tipo, y tejen en su entorno y sobre sí mismos mentiras elaboradas con fines casi siempre malsanos, que nada tienen que ver con los fundamentos propios del ejercicio político en una sociedad democrática.
Las sociedades deben aspirar a tener a políticos reales, que se preocupen por los temas que interesen a los gobernados y promuevan debates en torno a aspectos, realidades y situaciones que propendan al bien común. Pero igual deben desechar a los “politiqueros” con poses y discursos falsos y prefabricados, que persiguen sólo engatusar para nutrirse de sus propias bellaquerías.
Los pueblos deben aspirar a tener políticos que acojan la política con decoro y disciplina, contrario a quienes poco les importa entenderla como el arte del trabajo para la promoción del bien común.
Algunos dicen que es difícil distinguir entre un político y un politiquero. Sin embargo, pienso que en nuestro país son fácilmente identificables. Los conocemos “al vuelo”, porque su conducta y escasa formación delata su falta de vocación y voluntad para adentrarse en los problemas de interés nacional.
El “politiquero” no aporta nunca y se convierte en traba para los que sí deciden trabajar y demuestran con hechos la consecución de cambios positivos para nuestra nación.
La verdadera política debe estar por encima de “negociaciones” y “acuerdos” destinados a repartir beneficios cual apreciable botín. La verdadera política debe ser una actividad donde la teoría quede supeditada a la práctica, que debe reflejarse siempre en resultados fecundos por y para el país.