“Solo el amor”, de Silvio Rodríguez, es una de mis canciones preferidas. Trato de escucharla cada mañana para iniciar el día con mayor entusiasmo y esperanza. Nos dice: “Debes amar, el tiempo de los intentos/debes amar, la hora que nunca brilla/y si no, no pretendas tocar lo cierto/Solo el amor engendra la maravilla/solo el amor consigue encender lo muerto”.
Dicen que los que se detienen nunca ganan y los ganadores nunca se detienen. Por eso hay que avanzar, aunque sea gateando. Nunca nos sentemos a lamentarnos, que los quejidos dañan el ánimo. No hay cosa más pésima que el pesimismo. Me fascinan los que perseveran, los que además de preocuparse se ocupan de sus asuntos. Admiro a los que siguen sus sanos instintos, a los que nunca se tiran a muerte, aun en las peores circunstancias.
El éxito no se compra ni se hereda, se alcanza con sacrificio y empeño. Solo se coronan los que se lanzan al ruedo y toman decisiones sin miedo. La vida aplaude a los que confían en sí mismos, a los que saben que ellos son los responsables de sus propios destinos. Los que no se rinden son los mejores. Los valientes son los protagonistas del mundo. Quien siente lo que hace, camina satisfecho y sus propósitos los hace realidad tarde o temprano.
Eso sí, los triunfadores, para llegar a serlo, han probado el fracaso en repetidas ocasiones. Esas caídas (a veces entre más estrepitosas mejor) los hacen empinar y alzar el vuelo. Veamos el ejemplo de Abraham Lincoln, uno de los personajes más importantes de todos los tiempos. Lincoln sufrió innumerables derrotas, pero nunca se dio por vencido, no se cansaba de romper barreras hasta llegar a la meta.
En 1833 pretendió ser elegido en la Cámara de Representantes y perdió varias veces. Luego, en 1848, fue derrotado en su segunda nominación al Congreso. Tampoco fue aceptado como oficial en 1849. Pero Lincoln continuaba intentándolo. En 1854 no pudo ser Senador. Dos años más tarde perdió la nominación para la vicepresidencia y fue de nuevo derrotado en el Senado en 1858.
Y Lincoln seguía, hasta que, por fin, en el año 1860 fue electo presidente de los Estados Unidos de América y ya sabemos la enorme contribución que hizo a su país y a la humanidad. Si se hubiese “amemado” o desencantado su nombre hubiese pasado desapercibido.
Seguir hasta el fin, echar la pelea, no desilusionarse y luchar por lograr nuestros objetivos en buena lid, debe ser nuestro norte. Seamos perseverantes como Lincoln y amemos intentar cumplir nuestros sueños, que todo se conquista en base a ganas, trabajo, responsabilidad y honestidad.