Una de las definiciones más afortunadas que hiciera en su momento el líder cubano, Fidel Castro, respecto de la Organización de los Estados Americanos (OEA) fue cuando la catalogó de “ministerio de colonias”, graficando de manera dramática la poca utilidad práctica de ese organismo regional.
De esa forma, Cuba daba por sentado que poco le importaba no pertenecer a la misma, posición que ha ratificado bajo el liderazgo de Raúl Castro, a pesar de haber cambiado radicalmente la situación tras la normalización de relaciones entre la isla y Estados Unidos.
Hugo Chávez también mantuvo una posición dura, dando lugar al surgimiento de otros foros más democráticos y menos entregados que la OEA, cuyo accionar anda más en consonancia con los intereses de Estados Unidos que del resto de sus miembros.
En las actuales circunstancias se subraya aún más el calificativo que le diera Fidel, pues la mayoría de los países miembros mantiene una postura de manifiesta subordinación a la corriente conservadora y abiertamente injerencista que predomina en la gestión del secretario general, señor Luis Almagro, un personaje funesto que nunca debió llegar a esa posición.
Y es aquí donde quiero resaltar la posición que ha mantenido la República Dominicana de pronunciarse abiertamente en contra de la instrumentalización de la OEA que pretende el señor Almagro para influir en los asuntos internos de Venezuela, echando por tierra parte de los principios de la propia organización que es jerarquizar el diálogo de las partes por encima de cualquiera otra opción.
La posición dominicana se ha expresado no solo de palabra por el canciller Miguel Vargas Maldonado, sino que se ha hecho tangible en las decisiones con su voto en contra o mediante su abstención, la última de las cuales se produjo este martes cuando inclusive se le dio un golpe a la propia institucionalidad de la organización, con la celebración de una sesión del Consejo Permanente por encima de su presidente y vicepresidente, los embajadores de Bolivia y de Haití, respectivamente.
Algunas personas han criticado la actitud asumida por nuestro país en la actual coyuntura de crisis en que se encuentra Venezuela, pasando por alto—no porque lo ignoren sino por razones ideológicas—que una nación que sufrió un atropello atroz de su soberanía como fue la invasión de Estados Unidos oficializada por la OEA en 1965, nunca prestará su nombre para que contra otra nación se cometa lo mismo que la nuestra padeció.
He usado el término “nunca” suponiendo que ninguna coyuntura hará variar la posición delineada en ese sentido por el presidente Danilo Medina, a menos que ocurra una catástrofe institucional en Venezuela, no las majaderías del señor Almagro.