Con frecuencia escuchamos la expresión: “La mano de obra haitiana crea riqueza.”
Resulta verdaderamente lastimoso que semejante perogrullada se afirme con un aire de autosuficiencia, cuando en realidad se trata de una afirmación baladí, pues todas las formas de trabajo crean riqueza, con una sola excepción: cuando los hombres, en las guerras, se dedican a matarse y destruirlo todo.
Siendo así, resulta igualmente cierto afirmar : “ La mano de obra esclava crea riqueza.”
Y de hecho, la tragedia haitiana tiene su raíz en la extraordinaria riqueza producida por la colonia francesa, que la convirtió en “el principal productor mundial de azúcar y café,” pues exportaba “tanto azúcar como Jamaica, Cuba y Brasil combinados” y “la mitad del café del mundo …”
Pero dicha riqueza se producía en base a una crueldad fríamente calculada y aplicada: “los capataces a menudo eran brutales con los esclavos, restringiendo su comida y medicinas (para bajar costos), obligándolos a trabajar los domingos y castigándolos con gran violencia.”
La otra cara de la moneda era la enorme riqueza de las capas privilegiadas, que vivían en un elevado nivel de refinamiento en El Cabo Francés, disfrutando de las obras teatrales de Moliére y las óperas de Mozart.
Naturalmente, debajo de ese barniz civilizado existía una insensibilidad atroz al dolor y la miseria ajena. En 1790, un naturalista francés apuntó que los criollos nacían virtuosos, pero que en semejante ambiente se convertían en “salvajes, feroces, egoístas y de un instinto dominante.” Semejante condición social llevó al Conde de Mirabeau a declarar : “ Los franceses del Caribe viven en la falda del (volcán) Vesubio.”
Algunos cuestionarán la relevancia de lo que hemos narrado.
Sin embargo, con esta narrativa hemos demostrado que lo importante es preguntarnos si una determinada manera de crear riqueza tiene efectos negativos, o positivos para una sociedad. Como producimos impacta profundamente en como nos tratamos y como avanzamos.
Una abundancia de mano de obra paupérrima deprime los salarios, aumenta la pobreza de las capas más pobres y vulnerables de este país, y dispara la desigualdad social. Y de continuar, este vertiginoso proceso de mudar a Haití a nuestro país cambiará la estructura misma de nuestra sociedad, y el alma de sus clases medias y privilegiadas, haciéndolas más egoístas e insensibles. Insensibilidad, por demás necesaria, para poder operar en un medio arropado por la miseria humana.
Pero lo que es peor, habremos mudado el volcán social del Conde Mirabeau a nuestro país.
Pues de producirse una crisis económica, la obligada reducción de los subsidios sociales, disparará la pobreza propia, en medio de un mar de miseria ajena. La perspectiva de semejante posibilidad acompañada de otros problemas, como la corrupción político-empresarial, y el debilitamiento de los partidos políticos, nos podría llevar a una crisis sin precedentes.