Todos debemos estar contentos cuando se exige transparencia en la sociedad. Esto abarca los sectores público y privado y el accionar de cada uno de nosotros en nuestra cotidianidad. Nadie queda excluido.Y este clamor, reconociendo que es positivo, no debe circunscribirse para exigir sanciones contra quienes hagan mal uso de los recursos del Estado, esos que dan, toman o piden lo que no les pertenece.
El asunto va más allá: debe llegar al comportamiento de cada uno de nosotros y al ejemplo de buenos ciudadanos que podamos ofrecer, porque si bien es cierto que tenemos derechos, además tenemos deberes. Somos por igual protagonistas en el cumplimiento de las normas.
En estos días muchas personas reclaman una patria que no permita la impunidad, que sancione a los corruptos, que se fortalezca nuestro sistema judicial… Estas nobles exigencias debemos externarlas de forma constante, reclamando con altura, pero con firmeza, que se imponga la ley, especialmente hacia aquellos que tienen la mayor obligación de cumplirla.
Eso sí, toda aplaudible manifestación no puede permitir ser permeada por los pocos que tienen intereses distintos a los de una mayoría que también anhela paz y desarrollo. Temo que algunos tratan de “pescar en río revuelto”, incluso irrespetando personas e instituciones y provocando enfrentamientos.
Y es mi esperanza que esos movimientos coloridos no sean coyunturales. Ojalá permanezcan para siempre. Quizás así consiga respuestas serias a preguntas que durante años me hago, donde pienso que todos tenemos nuestro grado de culpabilidad.
¿Existe para nosotros una moral política y una moral universal diferentes? ¿En igual conducta ilegal favorecemos la de los políticos y condenamos la de los demás? ¿Debe la justicia tratar a unos con paños tibios y a otros aplicarles todo el peso de la ley? ¿Y será cierto que para algunos es comprensible el robo cometido por un funcionario público y no el realizado por un operario de zona franca?
Y continúo: ¿Tienen los políticos libertad para hacer lo indebido, pues cuentan con la protección de los gobernantes y el desinterés de los gobernados? ¿Cómo valoramos al político honesto y al que es delincuente? ¿Son acaso la pasividad colectiva y la indiferencia generalizada las promotoras de que muchos de nuestros políticos se consideren intocables?
Y a pesar de esas interrogantes, pienso que en materia de transparencia vamos avanzando, tal vez no al paso deseado, pero arrancamos, resaltando la gran cantidad de empresas inscritas como proveedoras del Estado porque confían en que pueden ser beneficiadas con algunas obras o compras en concursos abiertos y públicos, sin importar el color partidista del participante. Y concluyo: la gente exige transparencia porque entiende que en las actuales circunstancias políticas puede lograr su propósito.