El tema sobre la real o supuesta invasión pacífica haitiana a la República Dominicana tiene las mismas características de la temporada de huracanes de la cuenta atlántica: Sabemos cuándo comienza y cuándo termina, y sabemos también que, por supuesto, es cíclica.En alguna ocasión “el problema haitiano” se hizo permanente, cuando existían factores electorales que no vienen al caso aludir, en razón de que, prácticamente, todos los protagonistas ya no viven. Luego, es mejor dejar eso tranquilo.
Lo real es que el tema ocupa de nuevo los primeros planos con una contundencia estremecedora; pues, ciertamente, la presencia de indocumentados haitianos no se puede ocultar.
Pese a que la masiva penetración haitiana es ostensible, hay quienes atribuyen su puesta en escena a un plan del Gobierno para sacar de la palestra el caso Odebrecht, a pesar de que el mismo salió de las portadas y de las páginas destacadas de los periódicos cuando la Sala Penal de la Suprema Corte de Justicia dispuso variación de medidas de coerción a la mayoría de los imputados.
Pero, más que por la sentencia en sí, lo que en realidad abatió la principalía mediática del expediente fue el voto disidente y la motivación que dio la magistrada Miriam Germán Brito.
Así las cosas, el Gobierno no tuvo que mover una hoja para mandar a Odebrecht a las páginas de los muñequitos, y posteriormente a ningún lado, por lo que no tiene asidero el alegato de la desviación utilitaria del caso de sobornos hacia el problema migratorio, el cual no es dejado caer por quienes se preocupan por esta realidad.
Sin embargo, lo justo es reconocer que los haitianos no son los culpables de pasarse a este lado. Ellos sólo se están aprovechando de nuestras debilidades, que incluyen descuido de la frontera hasta el espacio que les dejamos en diversos sectores de nuestra economía, cuya mano de obra está dominada por los vecinos.
Hablo con plena conciencia. Detrás del residencial donde vivo, se levanta un conjunto de apartamentos, donde trabajan numerosos obreros, todos haitianos.
Ocurre que al lado hay un sector semillero, donde viven decenas de jóvenes ninis, muchos de los cuales se dedican a la delincuencia. Ninguno se preocupa por enrolarse en esos trabajos, pues les resulta más rentable asaltar y robar, aunque están conscientes de que se colocan a un paso de la cárcel o de la muerte.
Dado que los sectores que emplean mano de obra haitiana tienen que seguir operando, se ven precisados a utilizar a los extranjeros, quienes se aprovechan de tres hechos innegables: Sus necesidades, las oportunidades aquí y el descuido de la frontera. Lo demás es pura pendejada.