Los últimos días han sido bien intensos en la vida de los dominicanos. A pesar de que el nuestro es un país donde sus ciudadanos muestran un alto interés en las informaciones que de algún modo toquen su diario vivir, en esta ocasión presenciamos un acontecimiento poco común en la cotidianidad republicana.
Así es. La investigación judicial por el caso Odebrecht de connotadas figuras políticas, entre ellos legisladores y un funcionario de alto nivel en el Gobierno, ha despertado un interés extraordinario entre gente que desde el pasado lunes se hacen una y mil interrogantes en torno a este proceso.
No pocas voces reclaman que la justicia juegue un papel ajustado a lo que objetivamente establece el ordenamiento jurídico nacional. Otros, en cambio, son más radicales y esgrimen argumentos no circunscritos a los parámetros estrictamente legales con que debe ser abordado este caso.
En fin, cada quien mira la cara de una misma moneda en función de su propia interpretación de los hechos, que sin lugar a dudas han estremecido la simiente de un conglomerado social no acostumbrado a ver en una celda a políticos criollos acusados de corrupción administrativa.
Hoy República Dominicana es noticia importante, porque (desafortunadamente) nuestro Estado ha sido incluido como parte de las investigaciones que en el ámbito internacional se desarrollan por los sobornos pagados por la multinacional Odebrecht en varios países de América Latina.
En la calle, los ciudadanos se muestran aún más escépticos sobre el devenir de un sistema político cada vez más cuestionado y puesto en tela de juicio, precisamente por sus actores exhibir comportamientos alejados de los más genuinos intereses y objetivos nacionales.
En medio de este avispero surgen opiniones de quienes piden que prevalezca la sensatez y no se adelanten condenas mediáticas o infundadas, sin que antes la justicia evalúe las acusaciones y defensas de cada uno de los encartados.
Yo igual entiendo que la presente coyuntura no es un juego de niños ni mucho menos puede ser objeto de bromas de mal gusto y con fines malévolos. Lo que ocurre actualmente puede definir o afectar significativamente nuestro proyecto de nación a largo plazo. De eso es que se trata.
Por esta razón, una postura inteligente es seguir de cerca cada fase de este proceso, y confiar en que los resultados beneficiarán el anhelo más ferviente que vibra con fuerza en cada buen dominicano, que es la construcción de una sociedad más organizada y representada por una clase política ejemplar.