La guerra civil española (1936-1939), desangró España en una lucha donde ofrendó a muchos de sus mejores hijos. En ella, la República perdió frente a las botas del General Francisco Franco, empero, el espíritu español permaneció libre ante las ataduras del fusil fascista. En los batallones republicanos, entre las balas, fecundó y se propagó la mejor poesía escrita en tiempos de guerra, con sangre y sudor, para la paz.
La guerra civil marcó visceralmente la literatura del siglo pasado, dejando honda influencia no sólo en escritores de España y Europa, sino también de América. Algunos nombres cimeros, obviamente siendo enunciativos, serían: Rafael Alberti, León Felipe, Miguel Hernández, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, César Vallejo, Octavio Paz, George Orwell y Ernest Hemingway.
Miguel Hernández nació en Orihuela en 1910, campesino autodidacta influenciado por los clásicos, estuvo en el Quinto Regimiento republicano durante la guerra civil, poseía un genio poético de egregia estirpe que imprimiría un giro vital a la posterior poesía española y universal de contenido social, político y amoroso.
Acostumbrado a fuertes tareas en el campo junto a sus cabras, de transparente carácter y amplia sonrisa, Miguel Hernández sorprendía a todo el que lograba escarbar debajo de la piel curtida por la faena, deparándole una grata experiencia humana y una sólida lección de cultura.
Su poesía es la más plástica expresión de la península de principios del siglo pasado: azotada por la guerra, “y no hay espacio para tanta muerte,/ y no hay madera para tanta caja”, pero plena de esperanza y de futuro donde la juventud, de la cual formaba parte, será el madero de salvación de la patria, como nos canta en su épico “Llamo a la Juventud”:
“La juventud siempre empuja, // la juventud siempre vence, // y la salvación de España// de su juventud depende”. Finalizando dicho poema con este lamento aterrador:
“La muerte junto al fusil, // antes que se nos destierre, // antes que se nos escupa, // antes que se nos afrente // y antes que entre las cenizas // que de nuestro pueblo queden, // arrastrados sin remedio // gritemos amargamente: // ¡Ay España de mi vida, // ay España de mi muerte!”
En la dedicatoria a uno de sus libros capitales, “Vientos del Pueblo”, escribe a Vicente Alexander lo siguiente: “Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”. Habla del compromiso del poeta, al que supo ser fiel hasta su muerte producida por la tuberculosis en una cárcel de Alicante, en 1942.
En el poema titulado “Vientos del
pueblo me llevan”, altivo y desafiante,
expresa un general sentimiento español cuando dice:
“¿Quién habló de echar un yugo //
sobre el cuello de esa raza? // ¿Quién ha puesto al huracán // jamás ni yugos
ni trabas, // ni quién al rayo detuvo //
prisionero en una jaula?”
El amor, los sinsabores de la guerra
y la rebeldía, pueden llamarse Miguel Hernández.