El “Boom” colocó en la cima del universo literario a Latinoamérica, y en lo más alto a un grupo de jóvenes que aún no cumplían los cuarenta años y de los cuales dos llegarían a recibir el premio Nobel de Literatura. Esto trajo luz, melodía, calidad, movimiento y sabor a la literatura, renovando las letras y ubicando a Latinoamérica como el motor de la literatura mundial.
Antes no todo era oscuridad. Grandes nombres y obras habíamos producido. Entre estos, algún genial escritor que quiso ser orillero, estar en los márgenes, lejos de las luces, envuelto en humo, acostado y con sus grandes ojos mirando al techo. Gran cuentista y mejor novelista, como Onetti. O un mexicano, universal, que nos presentó a la fantasmagórica Comala y que enmudeció después por no tener, según él, material para seguir escribiendo, pues quienes les contaban las historias habían muerto. Sobre “Pedro Páramo”, llegó a decir García Márquez que le produjo al leerla la misma impresión que “la Metamorfosis” de Kafka, y que podía recitarla de memoria de tanto que la había leído. Precisamente en mayo de este año se cumplieron 100 años del nacimiento de Juan Rulfo (1917-1986). Entre otros nombres y obras de obligada lectura. Ahora bien, los dos grandes antecesores y maestros del Boom, quizás o sin quizás, fueron: Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Cortázar siempre lúcido, juguetón, irónico. Con una prosa y trucos estilísticos avanzados, originales, y casi incomprensibles para su época, fue previsor. Era alto, muy grande, con cara de niño y una prosa limpia y de “apariencia cotidiana” que engañaba y sorprendía al más avezado. De la vasta obra de Cortázar, releo constantemente sus “Historias de Cronopios y de Famas”: sus “instrucciones para subir una escalera”, el “Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj” o la “Conducta en los velorios”, son exquisitos. Al respecto, y como buen Cronopio, Cortázar era ingenuo, idealista, desordenado, sensible y poco convencional. Procurando alejarse de los Famas, que son rígidos, organizados y sentenciosos.
Y, Borges, qué decir del Maestro reverenciado por todos. Quien nunca escribió un cuento largo y decía que para qué invertir tiempo en escribir una novela de 500 páginas, si era mejor hacer la sinopsis y comentario de la misma en 10. Borges, de vastísima cultura que le permitía moverse con soltura “por los mitos escandinavos, la poesía anglosajona, la filosofía alemana, la literatura del siglo de oro, los poetas ingleses, Dante, Homero, y los mitos y leyedas del Medio y el Extremo Oriente” (MVLL).
Sin dudas, con estos antecedentes, algo grande, literariamente, se podría prever y, efectivamente, explota en los años sesenta del pasado siglo, cuando unos “muchachos” se adueñan del quehacer literario latinoamericano y casi universal. Entre estos: Carlos Fuentes (1928- 2012), Gabriel García Márquez (1928-1914) y Mario Vargas Llosa (1936).
En 1967, hace 50 años, publicó García Márquez “Cien años de soledad”, el “nom plus ultra” de la literatura hispanoamericana que, por razones de espacio, comentaremos en otra Pincelada.