Los primeros “senadores” romanos eran campesinos que araban la tierra, “uncían sus bueyes y sembraban la simiente o segaban las espigas”, “como todos los demás” (Montanelli: Historia de Roma, 36).No había diferencias notorias entre estos y cualquier otro romano. No solo en el trabajo y el vestir –el mismo vestido para todo el año- sino también en sus residencias: “cabinas de barro construidas confusa y desordenadamente, con una puerta para entrar en ellas, pero sin ventanas y una sola estancia donde comían, bebían y dormían todos juntos…” (Montanelli. 36).
Estos, a quienes llamaban también “Consejo de Ancianos”, y que solo tenían por encargo en sus primeros años “aconsejar al soberano”, con el paso de los años se volvieron muy influyentes.
Aquel cuerpo donde muchos eran analfabetos, fue esencial en la formación y mantenimiento de la República, y quizás también en su caída, cuando los negocios, el dinero, las influencias en el Estado y el Ejército se hicieron parte del mismo, empezó el declive.
El Senado romano era capaz de grandes sacrificio y de indecibles abyecciones. En aquellos hombres, que tuvieron el poder real en muchos momentos históricos, y solo formal en otros, estaba todo lo bueno y lo malo de Roma.
Por estas razones, desde la fundación de la república inscribieron en todos los monumentos romanos las siglas: SPQR: “Senatus Populus-Que Romanus, o sea el Senado y el pueblo romano” (Montanelli: 61). Al repasar su trayectoria notamos que fueron, muchas veces, mediadores entre el poder máximo y las mayorías, balanza y contrapeso del poder y lugar donde solucionar los conflictos. (No todo allí era perversidad política).
En el país, en cambio, el Senado –ampliemos el término a “El Congreso”- ha estado mayormente a la sombra del poder, ejerciendo en pocas ocasiones sus funciones constitucionales de supervisión y control.
Y, aunque es factible hablar de congresistas sin instrucción formal –o con escasa-, los nuestros no son, como aquellos primeros senadores romanos, pobres de solemnidad igual que sus “representados”. Más bien son grandes señores, “tutumpotes” en todo el sentido de la palabra, con una vida “a cuerpo de rey”.
Hoy es difícil escuchar, en un gesto de reciedumbre patriótica, a un legislador decirle al poder: “…también entre nosotros, como lo ha querido y dispuesto la nación, de hoy en adelante es la ley la que tendrá el supremo dominio, y desde el más encumbrado ciudadano hasta el último, todos estarán sometidos a su imperio”. (Meriño: Discurso en la juramentación del Presidente Báez, el 8 de Diciembre de 1865).
Al respecto, salvo excepciones, no dan ni una señal, más bien todo lo contrario. Son tantos los actos de distancia de sus funciones como pocos sus planteamientos a favor de las mayorías.
Aquel Senado romano era capaz de todo, incluso de conspirar y apuñalar a la entrada del recinto al mismo César, pero tenían sentido de la historia y temor por el juicio de la posteridad, la mayoría de los nuestros ni saben qué es eso, ni les importa.