En múltiples ocasiones, el papa Francisco ha dicho que la humanidad vive no solo una crisis financiera, política, sino también ecológica, educativa, moral y humana. Y asegura que las crisis que se representan como peligros deben ser vistas como oportunidades que nos conduzcan al cambio.El tema parece reiterativo. Y sí que lo es, pero no por eso deja de ser importante insistir en la necesidad de promover la transformación de la sociedad en la que vivimos y de cada uno en particular.
Tenemos muchas oportunidades en nuestras manos que nos llevarían a revertir la indiferencia por una actitud que nos deje ser más solidarios, y que nos haga entes más comprometidos con el entorno al que pertenecemos.
El mundo de hoy está centrado en el poder, en la dominación, la lucha de intereses económicos, donde las personas sólo importan si a la postre sirven de objetos para la consecución de estos objetivos predeterminados. Todo parece regido por los beneficios y el lucro.
Así, hemos ido olvidando que los beneficios individuales no deberían sobreponerse a principios tan fundamentales para la sobrevivencia misma de la humanidad, como la solidaridad y el amor al prójimo. Y es precisamente lo que tira por la borda las mejores intenciones y proyectos de cualquier índole y nos ha llevado a una deshumanización desastrosa.
Debemos introducir la lógica de la gratuidad. Ayudar al otro gratuitamente a progresar, a superar sus obstáculos y ser piezas claves en sus esfuerzos para salir de sus aflicciones.
Tenemos y debemos hacer nosotros mismos este cambio, porque no lo harán políticos ni gobiernos. Debemos ser los miembros de la llamada sociedad civil, los ciudadanos y nuestras familias, quienes propugnemos por acciones que apunten en esa dirección. Una sociedad más humana.
Hay que fomentar sentimientos que despierten el comportamiento orientado a la construcción de una sociedad, donde sea posible una mejor vida para todos, cambiando este estado de cosas por un mundo más justo y humano. Urge que hagamos una parada “técnica” en nuestros afanes, y reflexionemos seriamente sobre esta cuestión y proponérnoslo como un desafío.
Para lograr estos propósitos, debemos adoptar estilos de vida diferentes. No podemos seguir pasivos, sino motivar, incentivar y crear estrategias mancomunadas, en la que el Estado sea el eje rector con un sector privado, jugando un rol más apegado a los intereses de las grandes mayorías.
Sólo así podremos darle un giro fundamental a esta mundo para centrarnos en las personas y desechar la tendencia que hace prevalecer la indiferencia, la avaricia, el egoísmo y el sectarismo.