Las parturientas haitianas que aprovechan los hospitales dominicanos, no residen, en su mayoría, en territorio dominicano, sino que son traídas por “coyotes”, como se les llaman a los que trasiegan ilegales por la frontera entre Estados Unidos y Méjico. Esto crea un “lazo” porque para los que impulsan a esos nacionales haitianos que reclaman “derechos”, “nace un apátrida” en el territorio del este, declarado sin patria por “violación a los Derechos Humanos” por parte del Estado dominicano. Es lo que llamamos “la invasión por el útero”, prolífico por demás. Desacertada la rueda de prensa del ministro de Defensa, tratando de minimizar lo del tráfico de haitianos hacia nuestro territorio y desafortunada, si quien prepara la estrategia comunicacional de ese organismo, es un inferior jerárquico, agravado con el asunto del “Sí Señor”, de la guardia. Los cambios ordenados en la superioridad del Ejército dominicano en la frontera, dieron respuesta de inmediato a un problema real y no como subterfugio para atraer la atención ciudadana. Es que la ciudadanía se siente invadida por la horda de haitianos, visibles en cualquier punto del país. Las cifras definen estadísticas, pero no reflejan cuántos de esos mismos contabilizados como deportados, regresan rápidamente al territorio nacional. El “bulto” es un recurso muy criollo, que logra que los problemas crezcan y se eternicen dentro del menú de dificultades, que, como sociedad, sufrimos.
La solución a este grave problema, no se limita a acciones militares de frontera, ni a la aplicación de leyes migratorias con la labor que realiza Migración, ni siquiera a la acción diplomática y consular de Relaciones Exteriores. Los consulados dominicano y haitiano, cobran tarifas abusivas para emitir visas. Los haitianos, prefieren pagar, aun con documentos legales, porque siempre aparece un guardia, un “coyote” criollo, un chofer o “motoconchista” que los cuela, por 3,000 a RD$3,500. Ninguno se gana eso limpio, en una semana de trajín. Es que, de la desgracia del pueblo haitiano, se aprovecha mucha gente, en ambos lados. Se requieren disposiciones para que los intereses particulares, no se antepongan a los nacionales. Cuántos puestos de trabajos ocupados por extranjeros sin residencia y no solo haitianos. Emplear a un ilegal, procedente de donde sea, debe conllevar sanción y de reincidir, convertirlo en asunto penal. Esto: en la agricultura, en la construcción, en el comercio, la hostelería y el turismo, por solo citar ejemplos ilustrativos. Solo con una política bien definida y la aplicación de normas y leyes que regulen la migración, igual que como se le aplica al dominicano migrante hacia otros países. La ancestral permisividad, confundida con la proverbial hospitalidad dominicana, hace posible que se asienten e impongan sus costumbres, que, en el caso del haitiano más numeroso, se trata de expresiones de primitivismo medular.