Alos intelectuales se les da bien estar enojados. Es casi su estado natural. Eso da importancia y vende.Les viene de que construyen mundos ideales y de que han jurado fe de oponerse a todo. Reclaman que ese es su papel, por ejemplo, frente al poder (hasta que descubren su inutilidad o se pliegan a él).
Ese papel demanda radicalidad. Todo o nada. No pueden reconocer avance en sentido alguno. No va con lo suyo.
Y en esta fauna, como en todo, los hay bien intencionados y aquellos vividores de su actitud.
Ahora han asaltado la radio. Siempre han necesitado de amplificación. Son ilusos pero no bobos. Y para curarse en salud, dejan constancia de que los medios están en poder de la oligarquía o de los ‘grupos de poder’, pero que a ellos no les ha quedado remedio alguno. Y como en la cena del restaurant de los esposos y de la llegada de la querida: el mío es más liberal que el tuyo y me permite ciertas libertades.
Este asalto ha posibilitado el espectáculo de ver a varios de ellos juntos. En plena competencia sobre quien es más exigentes y radical en sus posiciones o se dedican a darse bombos mutuos y regurgitar su superioridad moral.
Les hace asco los otros que no son de su bandería o posición y solo se dignan ocuparse de ellos para evitar que confundan a los ingenuos. Habitualmente ya han dividido el mundo entre buenos y malos o, por ejemplo, entre corruptos y no. Ellos están sobrados de pureza.
Es fácil advertir cuando los más viejos en el oficio entran en el proceso de perder la chaveta: no respetan a nadie (y nadie lo toma en serio); tienen una visión lúgubre sobre el país y su destino y claro, no rectifican, se ratifican. Mono viejo no aprende…
Aunque se saben ángeles, a veces se inmiscuyen con la realidad, por ejemplo, candidateándose para alguna posición electiva y terminan llevándose el rechazo contundente a sus aspiraciones por parte de la gleba. ¿Lo amilana su fracaso? En modo alguno. Solo son gente equivocada. Les pesará o ya descubrirán el filete que se perdieron.
Ahora se mezclaron en una marcha de protesta y como era de esperarse en un momento dado perdieron el juicio y el sentido de la realidad y gritaron – ¡y de aquí hasta el palacio!… Y lo dejaron solos.