Cuando el movimiento denominado Marcha Verde inició sus actividades con la excusa de luchar por un nuevo orden político, social y económico en República Dominicana, fuimos muchos los que vimos con buenos ojos que en nuestro país surgieran nuevas voces preocupadas por el devenir de nuestra patria.Así asimilé esta iniciativa, porque soy plenamente consciente de la necesidad de acciones comprometidas con el desarrollo de este país, máxime si sirven de contrapeso a una clase política que, con honrosas excepciones, se encarrila por un preocupante derrotero. El respaldo de importantes sectores también estuvo motivado en que en las últimas décadas las organizaciones sociales perdieron notable incidencia en la vida pública. Esto debido a múltiples razones, como el hecho de que connotados activistas optaron por adherirse a los partidos políticos tradicionales, y de esta forma perdieron protagonismo.
La Marcha Verde ha tenido un impacto innegable en el seno de la sociedad. Sin embargo, también se ha cuestionado la incursión de reconocidas figuras políticas en esta expresión popular, que a decir de algunos estudiosos de la sociología política dominicana podría restarle credibilidad a un movimiento que nació al margen de la partidocracia.
Ciertamente, esto último podría conducir a una interpretación alejada de lo que se vendió en torno a los propósitos básicos de ese movimiento. Por ejemplo, la Marcha Verde aparece con un eslogan que cuestiona los niveles de impunidad que acorde con su opinión prevalecen en el Estado dominicano. Se organizaron en torno al propósito común de concientizar a la gente de cómo combatir la corrupción, lo que de algún modo incidió en el proceso judicial que dio al traste con el encarcelamiento de reputados dirigentes de las principales fuerzas políticas.
Pero, en la práctica demuestran que poco o nada les interesa la discusión y el aporte de soluciones a los problemas que denuncian. Lo que indica que existe una intención que trasciende la voluntad de instaurar ese nuevo orden partiendo de un combate frontal a la corrupción. Y parto de la premisa de que, sin argumentos de sustentación legal ni lógica, se insiste en pedir la cabeza del presidente Danilo Medina. También por la absurda afirmación categórica esgrimida por la Marcha Verde, de que nada ni nadie de este gobierno vale la pena.
Nadie puede refutar que hay motivos para protestar. Pero buscar el cambio desacreditando honras, y haciendo acusaciones comprometedoras, alegremente generalizadas e infundadas, concede la razón a quienes piensan que existe, además de “gadejo”, un plan oculto de crear una aparente crisis institucional que sólo busca desestabilizar el Gobierno.