En este momento, Brasil es un referente importante para nuestro país y para todo el continente, debido a las implicaciones que tiene el escándalo de corrupción y soborno provocado por la empresa Odebrecht, en unos 7 países latinoamericanos. Todos, de una manera u otra, estamos confiados que nuestras autoridades llevarán esas investigaciones hasta las últimas consecuencias para que los responsables paguen por sus errores y actos ílicitos.
Sin embargo, en nuestro país hay sectores económicos y políticos que quieren aprovechar la situación para llevarnos hacia un sendero parecido al de Brasil posterior a Lula. Es una “conspiración disfrazada” de ciertos colores y olores, que caminan rumbo a la desestabilización y a provocar una crisis política de dimensiones no previstas.
Los empresarios y políticos que están jugando con la institucionalidad deben verse en el espejo de Brasil, y no sólo por lo de Odebrecht. Después de haber sido, en tiempos del presidente Lula da Silva, uno de las más sólidas economías del mundo, Brasil está atravesando una de las peores crisis económicas de su historia. Y todo por no saber manejar su situación política y por crear un caos al derrocar a la presidenta Dilma Roussef, sin tener bases reales para hacerlo.
Durante el gobierno de Lula, Brasil se convirtió en modelo de desarrollo económico y social, llegando a ocupar el 7mo lugar en la economía del mundo. Fue una economía de un crecimiento sostenido por 8 años consecutivos, Lula logró sacar de la miseria a más de 40 millones de pobres, elevó en más de un 10% la capacidad de consumo la población, desarrolló una amplia gama de programa sociales que impactaron a la clase pobre y media de todo Brasil, la desnutrición se redujo en un 73% y la mortalidad infantil en un 45%. Lula convirtió a Brasil en una referencia para todo el mundo, en una nación que sabía dirigir con eficiencia un proceso sostenido de desarrollo.
Cuando Lula salió del poder, logró que la población brasileña escogiera a su pupila Dilma Roussef, quien debía haber continuado desarrollando ese hermoso proceso. Pero, los intereses políticos y económicos adversos al partido de Lula llevaron a una conspiración que derivó en una acción temeraria del congreso, la cual provocó la destitución ilegal de Dilma. Y ahí comenzó el desastre de Brasil.
La realidad del Brasil de hoy da pena y vergüenza. Esa nación, fruto de la falta de gerencia de quienes lo dirigen, está llena de problemas económicos, pasando por la más grave crisis de los últimos 60 años, con una caída sin precedentes de la capacidad de consumo de su población y con 10 trimestres consecutivos de recesión. El PIB decreció 7.4 entre 2015 y 2016, el sector agropecuario se redujo en un 6,6%, la industria un 3,8% y el de los servicios un 2,7%. Los 40 millones de personas llevadas por Lula a clase media, han vuelto a niveles de pobreza y se les han sumado unos 10 millones más de pobres. Hoy Brasil es, sencillamente, un desastre económico y social. Y la razón fundamental ha sido la crisis política y la irracionalidad de la oposición.
Esto nos debe servir de alerta. Los sectores empresariales y políticos que están detrás de acciones irracionales deben verse en ese espejo, pues si afectan la estabilidad económica y política, como en Brasil, ellos serán los más perjudicados.