Varios países han venido salvando la dignidad frente a la permanente embestida de un grupo de naciones que se han coaligado con el secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), señor Luis Almagro, con la intención de mancillar la soberanía de Venezuela.Afortunadamente, entre esas naciones se encuentra la República Dominicana, cuyo Gobierno ha sido persistente en su posición de que el diálogo y la concertación son la salida más juiciosa a la crisis política y de inestabilidad inducida en que se encuentra la República Bolivariana de Venezuela.
La Comunidad de Estados del Caribe (CARICOM), junto a Bolivia, Nicaragua y El Salvador, también han mantenido una posición de defensa de la soberanía venezolana, sin dejar de reconocer que es necesario encaminar acciones que contribuyan a vías de solución a un problema que afecta tanto a los opositores como a los oficialistas.
Un grupo de miembros de la OEA, liderado por Estados Unidos, ha pretendido que la mayoría respalde la actitud injerencista del secretario general, señor Luis Almagro, cuya majadería en procura de aplicar una Carta Democrática que no se corresponde, ha impedido que la organización regional haya podido jugar un papel medianamente útil en el abordaje de la crisis venezolana.
Los países que se han negado a darle rienda suelta a la beligerancia antichavista de Almagro han estado conscientes de que su comportamiento lejos de representar una solución tiende a agravar el conflicto.
La poca utilidad de la gestión de Almagro se evidencia en el sainete que acaba de protagonizar al anunciar que está dispuesto a renunciar a la secretaría general si con ello se logra la libertad en Venezuela, como si una problemática como la que envuelve al hermano país se saldara con un toma y daca farandulero.
De haber tenido claro el papel que le corresponde al jefe de la OEA, que es ser siempre un mediador y no abanderado de una de las partes en conflicto, quizá la gestión de Almagro hubiese tenido un final feliz, lo cual esperan tanto oficialistas como opositores, pero también los demás países que ven con suma preocupación el deterioro de la situación venezolana, básicamente por los niveles de sufrimiento de la población más vulnerable. Uno espera que terminada la gestión de Almagro, a la Secretaría General de la OEA llegue una persona que, ante todo, no sea un farsante que se disfraza—tal es el caso del uruguayo—, pero que además no se trate de un cochero al servicio de un grupo de naciones que pretendan atentar contra la autodeterminación de otras.
Estamos seguros de que Venezuela y los venezolanos saldrán a camino con o sin Almagro y sus mandantes.