Hace unos dos meses publiqué un artículo donde establecía que debíamos tener mucho cuidado al manejar la situación de Odebrecht, de manera que no fuéramos a actuar frente al gobierno de Danilo Medina igual que como actuaron los brasileños con la presidenta Dilma Rousseff y su gobierno.
Ante una operación de corrupción profunda encontrada en la empresa estatal de petróleo, Petrobras, llamada Lava Jato, la cual vinculaba a funcionarios del gobierno y del partido que dirigía esa nación, el PT, los sectores políticos de oposición brasileños unidos a sectores empresariales y a un partido aliado al gobierno que lo traicionó, desarrollaron una irracional campaña de acoso en contra de la presidenta Dilma Rousseff, lo cual provocó un golpe de Estado dirigido por el vicepresidente Michel Temer.
Fruto de esa acción ilegal y oportunista consumada hace dos años, el señor Temer pasó a ser el presidente del país y ahí mismo comenzó la debacle de la economía brasileña y la incertidumbre más grande de los últimos tiempos en esa nación, la cual se había convertido en los anteriores gobiernos de Lula da Silva en una gran modelo para el mundo.
Temer, un político tradicional lleno de ambiciones y sin ninguna preparación gerencial, usó todas las armas sucias que pueden usarse para derrocar a Dilma. Buscó como aliado principal al expresidente de la cámara de diputados de Brasil, Eduardo Cunha, un político totalmente corrupto que meses después se demostró su vínculo con el caso Lava Jato y hoy está en la cárcel condenado a 15 años de prisión.
Y como quien siembra vientos cosecha tempestades, el actual presidente Temer está a punto de ser destituido debido a que el empresario Joesley Batista presentó una grabación donde Temer le paga a Eduardo Cunha para que se callara y no dijera todos los sobornos que pagó en el congreso para destituir a Dilma Rousseff.
Como se ve, Brasil nos enseña las graves consecuencias para una nación por un mal manejo de una situación política de enfrentamiento a la corrupción y a la impunidad. Es por eso que todos los sectores políticos y empresariales dominicanos deben ser muy cautos en sus exigencias ante el manejo del caso de Odebrecht, para que no vayamos a reeditar el desastre de Brasil.
Y finalizo este artículo con las reflexiones que, a propósito de esta situación, publiqué hace dos meses:
“La realidad del Brasil de hoy da pena y vergüenza. Esa nación, fruto de la falta de gerencia de quienes lo dirigen, está llena de problemas económicos, pasando por la más grave crisis de los últimos 60 años, con una caída sin precedentes de la capacidad de consumo de su población y con 10 trimestres consecutivos de recesión. El PIB decreció -(7.4%) entre 2015 y 2016, el sector agropecuario se redujo en un -(6,6%), la industria un -(3,8%) y el de los servicios un -( 2,7%).
Los 40 millones de personas llevadas por Lula a clase media, han vuelto a niveles de pobreza y se les han sumado unos 10 millones más de pobres. Hoy Brasil es, sencillamente, un desastre económico y social. Y la razón fundamental ha sido la crisis política y la irracionalidad de la oposición. Esto nos debe servir de alerta. Los sectores empresariales y políticos que están detrás de acciones irracionales en contra del gobierno de Danilo Medina, deben verse en ese espejo, pues si afectan la estabilidad económica y política, como en Brasil, ellos serán los más perjudicados”.