El ser humano mide el tiempo en función de la órbita de la Tierra alrededor del Sol, para establecer el año y de la rotación sobre su propio eje para fijar la duración de un día. El calendario gregoriano, que se originó en Europa, es de uso oficial en casi todo el mundo. En 1582 el Papa Gregorio XIII, quien había sido el promotor del calendario que en su honor se le puso el nombre, logró que España, Italia y Portugal lo asumieran. Los ingleses, con su típico sentido de tener sus propios elementos de medición, lo asumieron en 1752. Antes se usaba el calendario juliano el que fue establecido por el Emperador romano Julio César, en el año 56 antes de Cristo. Ayer domingo inició el año 2017 midiéndolo desde el nacimiento de Cristo. El día primero del año era dedicado a “Jano, Dios de las entradas y los comienzos”, que se simbolizaba con dos caras: una que miraba hacia adelante y la otra hacia atrás. Es un día de celebración casi universal aun en países como China que tiene la dualidad de un Año Nuevo propio y único. Según la tradición judeocristiana, “el 1 de enero coincide con la circuncisión de Cristo, al octavo día de su nacimiento, cuando recibe el nombre de Jesús según lo indica el Evangelio de San Lucas”. Las tradiciones y costumbres criollas incluyen: quemar incienso “de atrá pa’lante en la casa pa sacá la mala suerte y atré la buena”; pintar la casa y hacer una limpieza profunda “botando to lo viejo y que no sirva pa na”; “botá la se’coba vieja y cambiála por nueva”; contar regresivamente en los últimos minutos o segundos del año que se va; comerse doce uvas, una por cada campanada de las 12 de la medianoche, mientras se formula un deseo por cada una. En muchos lugares se exhiben “flore de pacua” que con su llamativo rojo alegran la visual y el ambiente. El “modernismo” ha cambiado o hecho desaparecer muchas de las tradiciones de Año Nuevo, pero sigue siendo espacio festivo, de alegría y unión familiar.
Cada uno despide el año en función de cómo le ha ido en ese periodo de tiempo. Año bueno, de realizaciones, de logros, de éxitos sin que el dolor de una muerte cercana empañe su desarrollo. Aquellos que han visto a sus seres queridos recuperarse de quebrantos o de las infinitas dificultades de salud, propias de los humanos, lo celebran con alegrías, confiando en que el que llega, continuará auspiciando la “buena racha”, ligando el destino a la suerte. Por el contrario, el que ha tenido reveses, traiciones, angustias, asuntos de ley o de salud o más aun de la muerte de un ser cercano, lo califica de “mal año”. En cualquier caso, la esperanza es común a cualquiera de estos puntos de vista, porque renace cada vez, como estado de ánimo optimista ante expectativas favorables. El año que terminó y el que apenas comienza serán definidos de manera muy personal por los resultados que estos tengan sobre cada uno de nosotros.