Considerada una de las comedias más representativas de William Shakespeare, “Sueño de una noche de verano” (A Midsummer Night’s Dream) fue escrita probablemente entre 1595 y 1596, en el apogeo de su producción creativa.

La obra, que transita entre la realidad y la fantasía, presenta un mundo en el que los límites de lo humano se desdibujan bajo la influencia de la magia.

La Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional “Eduardo Brito” fue el escenario de la reciente puesta en escena del clásico, adaptado al ballet por el Conservatorio de Danzas Alina Abreu. Tres funciones, realizadas los días 6, 7 y 8 de diciembre de 2024, agotaron las entradas, marcando un rotundo éxito que evidenció el interés y la expectación por parte del público.

Se entrelazan magistralmente tres historias que, a pesar de su aparente caos, logran un balance. Por un lado, está el conflicto de los amantes atenienses: Hermia, quien ama a Lisandro, debe enfrentarse a la rígida ley de Atenas, que la obliga a casarse con Demetrio, conforme al deseo de su padre. Decididos a huir de estas imposiciones, Hermia y Lisandro escapan al bosque, perseguidos por Demetrio y Helena, amiga de Hermia y enamorada sin esperanza de Demetrio.

Por otro lado, está el mágico mundo de las hadas, liderado por Oberón y Titania, quienes se encuentran en una disputa por la custodia de un niño humano. En este contexto, Oberón utiliza un hechizo con el jugo de una flor mágica para castigar a Titania, haciendo que se enamore del primer ser que vea al despertar: Bottom, un tejedor que ha sido transformado por el travieso Puck en un hombre con cabeza de asno.

La tercera historia introduce a un grupo de artesanos que ensayan una obra cómica para presentarla en la boda del duque Teseo y la reina Hipólita. Uno de los aspectos más destacados de esta subtrama es el uso del recurso conocido como “teatro dentro del teatro”. La representación cómica de los artesanos no solo genera risa y sátira, sino que también enriquece el metatexto de la obra al ofrecer una reflexión sobre el acto de crear y representar historias.

El caos se intensifica cuando Puck, el fiel pero travieso servidor de Oberón, utiliza la flor mágica para intervenir en el destino de los amantes atenienses, confundiendo los sentimientos de Lisandro y Demetrio, quienes pasan a disputarse el amor de Helena, dejando a Hermia sumida en la desesperación. Sin embargo, en este laberinto de confusiones, Oberón restablece el orden y, con ello, devuelve a cada amante su correspondencia emocional. La obra culmina con la reconciliación de todos, uniendo lo humano y lo fantástico.

La riqueza de “Sueño de una noche de verano” radica en su capacidad para explorar la naturaleza del amor, presentado como una fuerza impredecible, caótica y transformadora. Shakespeare nos muestra cómo el amor puede ser a la vez irracional y sublime, impulsado por deseos profundos que a menudo escapan a nuestra comprensión. La magia, representada por la intervención de Oberón y Puck, permite que el mundo sobrenatural interfiera en lo cotidiano, generando situaciones de humor, tensión y, finalmente, armonización. Este choque entre la realidad y la fantasía invita al espectador a reflexionar sobre los límites entre ambos mundos, sugiriendo que la fantasía puede revelar verdades más profundas que la realidad misma.

Los personajes de Sueño de una noche de verano son tan complejos como memorables. Teseo e Hipólita, cuya boda enmarca los eventos de la obra, aportan un aire de grandeza y solemnidad. Oberón y Titania, con su apasionado conflicto, simbolizan el poder y la fragilidad de las relaciones. Puck, el travieso duende, se erige como un catalizador de caos y humor, recordándonos que incluso los errores pueden conducir al equilibrio. Los amantes atenienses reflejan la intensidad y vulnerabilidad del amor juvenil, mientras que Bottom, con su transformación y relación mágica con Titania, encarna la mezcla de lo sublime y lo ridículo.

La obra nos invita a abrazar lo inesperado y a aceptar que, en la vida como en los sueños, las mayores transformaciones suelen suceder en los momentos de mayor incertidumbre. Desde el momento en que se alzó el telón, el espectáculo transportó al público al bosque encantado de la antigua Grecia, con una escenografía cuidadosamente concebida por Fidel López. Cada rincón del escenario irradiaba magia: mariposas, mariquitas, y otros habitantes fantásticos, parecían cobrar vida en una fiesta eterna de colores y movimientos, magistralmente coordinados bajo la coreografía de Alina Abreu inspirada en el ballet “The Dream”, de Frederik Ashton; mientras que, el vestuario, creado por Magaly Rodríguez, idealizó la estética de cada personaje.

La música de Félix Mendelssohn, interpretada en vivo por la orquesta sinfónica dirigida por Junior Basurto Lomba, fue el alma del espectáculo. La conexión entre la coreografía de Alina Abreu y la partitura fue sublime, mostrando cómo el movimiento puede convertirse en una extensión de las tonalidades. Fue de este modo que cada nota se tradujo en arabesques, giros y saltos que transmitían las emociones más profundas de los personajes.

La presencia de voces líricas, con su poder y sutileza, no solo complementó la atmósfera mágica de la obra, sino que también elevó la experiencia teatral a nuevas alturas, demostrando cómo la música vocal puede enriquecer profundamente una narración visual y emocional.

La dirección coral de Paola González permitió que las voces se fusionaran perfectamente con la dramaturgia, manteniendo una precisión diáfana en la proyección sonora, llenando el teatro de un etéreo esplendor.

Entre los más de cien artistas en escena, quisiera resaltar con especial emoción la participación de mi hija, Isabel Cury, quien con tan solo ocho años interpretó a una mariquita con una ejecución impecable. Su delicadeza, cadencia y gracia fueron un reflejo de su dedicación y pasión por la danza. Cada movimiento suyo irradiaba ternura y precisión. Como madre, fue un privilegio verla integrada a un elenco que demostró el potencial y el rigor del Conservatorio de Danzas Alina Abreu. En esencia, confirmé una bailarina de corazón que en todo momento se mostró firme en sus ensayos, dedicando horas a perfeccionar sus movimientos y precisar su técnica.

Isabel es una niña de naturaleza discreta, reservada, profundamente humilde y a la vez enfocada, cuando sube al escenario, sus pies hablan por ella. Su conexión con el arte de la danza es innegable. Es imposible no emocionarme ante su pasión por el ballet, sobre todo porque ha sido  el vehículo para que penetrara en ese bosque mágico donde los sueños de verano, Alina Abreu, los ha hecho posible en pleno diciembre o lo que es lo mismo, lo que se desea con el corazón, puede convertirse en realidad.

El montaje es un tributo a los sueños y los deseos más íntimos del ser humano. La narrativa del ballet invita al espectador a explorar su interioridad y a dejarse llevar por la fantasía. En este bosque encantado, el amor y las pasiones humanas cobran forma, situando lo humano en un plano casi sobrenatural. Este mensaje de esperanza y autenticidad resuena con fuerza, recordándonos que, aunque sea en el sueño, podemos encontrar la verdadera felicidad.

El cuerpo de bailarines, compuesto por estudiantes y solistas, desplegó una energía vibrante y una coordinación impecable. Las interpretaciones de Oberón (Solieh Samudio) y Titania (Demi Issa) sobresalieron por su presencia escénica y la técnica exquisita de ambos. Las parejas de amantes —Hermia (Grace Batista) y Lisandro (Ednis Mallol), Helena (Carmen Arredondo) y Demetrio (Pedro Pablo Martínez.

Por su parte, la interpretación de Puck (Eliosmayquer Orozco) llenó el escenario de travesuras y dinamismo, la magia en su más alto esplendor; y Bottom (JJ Sánchez), aportó momentos cómicos que equilibraron la intensidad emocional de la puesta en escena. Destacaron las libélulas Camila Hernández García y María de los Ángeles Muñoz, así como las hadas solistas Camila Issa Svelti, Mariam Rojas Carip, Melissa Gómez y Meryl Daniela Rodríguez, quienes se elevaban al compás de la música con puntadas armónicas y perfectas.

“Sueño de una noche de verano” por el Conservatorio de Danzas de Alina Abreu es una obra maestra que combina arte, técnica y emoción. Es un reflejo del poder de la danza para contar historias y evocar los sentimientos más profundos. Como madre, esta producción representa un momento inolvidable: un tributo a la disciplina, la pasión y la magia que define a mi hija y a todo el elenco, así como a la vida misma de cada espectador. ¡Enhorabuena!

Lilian Carrasco,

Historiadora del arte

Egresada de la Universidad de La Habana, Cuba.

Diciembre, 2024.

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