Para aprender el tiempo siempre será corto.
A pesar de que erróneamente creemos que cada cosa tiene su tiempo y su espacio.

Como vemos, no es así para todo.

Una de esas cosas para las que nunca nos alcanzará el tiempo es para aprender. Aprender lo que sea.

Aunque cuando de realizar una tarea se trata, llega un momento en el que sentimos que la podemos hacer hasta con los ojos cerrados y el resultado será excelente.

Sin embargo, ciertas novedades, incluso tecnológicas, vienen a hacer un poco nuevo nuestro trabajo y por ende, nos replantea nuevas formas de realizarlo. Nos damos cuenta que aún tenemos mucho que aprender.

En la vida y en el trato con los demás todavía es más lo que nos falta aprender de las personas y de sus actitudes, sus dobles caras y sus deslealtades. Acerca de lo que nos han enseñado a lo largo de toda una vida.

Esto no quiere decir que pretendamos convertirnos en lo que son los otros. Jamás quisiera verme fingiendo amistad o regalando una falsa sonrisa a alguien de quien poco antes he hablado horrores y pretendido saber de su intimidad más que él mismo.

Tampoco quisiera verme como aquellos que por tener un tema de qué hablar y una víctima a quien calumniar, le dan pábulo a la maledicencia de personas que ellos mismos saben no son confiables y que con cierta frecuencia enfocan su envidia hacia un objetivo que intentan destruir a toda costa.

No se trata de eso.

No es que nos degrademos y les hagamos compañía en sus pobrezas humanas.

De lo que se trata es de aprender a identificar a esas personas y sus acciones y no nos cansemos jamás de aprender y poner en práctica medios como mantenernos alejados de ellos y preservarnos de su veneno.

Aprender siempre es bueno, aunque cada aprendizaje nos deje una gran decepción y nos cause un gran dolor.

Al final, sabremos que la experiencia nos beneficiará y nos dejará bien claro dónde y en quién depositamos nuestro afecto y confianza.

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