En el inescrutable y complejo proceso de nuestras vidas, establecemos relaciones interpersonales muy especiales, que van mucho más allá que el amor fraterno, el amor carnal, el amor de padres o aún del de hijos. Dos seres se identifican de manera tan particular, que aún conservando sus propias personalidades, gustos, preferencias y actitudes filosóficas frente a lo elemental y lo complejo de sus existencias, surge un hilo unificador que los asocia medularmente. Nacidos del mismo vientre materno y con similar ambiente familiar, con 5 años de diferencia, mi hermano menor, Aquiles y yo, crecimos con paralelismo existencial distante de lo que la simple unión familiar propicia y provee.

Hace dos años y 8 meses, abandonó su cuerpo material para incorporarse al universo, dejando confundidos en extremo con su abrupta partida, a todos los que disfrutamos de su infinita sabiduría, inteligencia proverbial, bondad y solidaridad a borbotones, de alegría contagiosa.. Ayer fue su cumpleaños número 70 y confirmo el extraordinario ser que habitaba en su cuerpo, de genética compartida con la mía propia. Caminando de espaldas hacia el futuro, visualizo el camino recorrido y veo cuán luminoso fue el tiempo en que compartimos infancia, juventud y adultez, con espacios de cercanía y otros de distancia, pero umbilicalmente unidos en la esencia, los criterios y propósitos, salvando las naturales diferencias que nos hacían iguales. Su extraordinaria personalidad, la fuerza de sus propósitos y el compromiso con su familia: esposa, hijas, nietos, le ha permitido manifestarse en forma que trasciende el misterioso velo de la muerte.

La hermosa forma como lo visualizan como guardián presente, dista mucho de la concepcion popular de los que se mueven de planos, desaparecen para siempre y el hermano encontró, y era su personalidad terrenal, la vía para hacer saber que disfruta de paz y luminosidad infinita, tanto como con nuestros limitados esquemas podemos comprender. No hace falta (ni conviene) tener estudios esotéricos ni de filosofías sobre el umbral de la vida y la muerte, para entender que seres excepcionales no pueden desaparecer como simple desechos y materia.

Estas lecciones de cercanía familiar me hacen revalorar la propia vida y redimensionar el tránsito hacia la ineludible muerte, a pesar de lo tremendamente distante que nos parezca. Hermano mío, he tenido el privilegio de celebrar tu cumpleaños, como tantas veces lo hice cuando eras materia humana, con errores, aciertos, amores, traiciones, yerros, sufriendo miserias humanas ajenas y preservando tu valía por encima del lodo universal, defendiendo principios y tu íntima honestidad. Celebración reveladora, de dulce alegría. Has sido tú, “rompedor” de esquemas, que nos has regalado en lugar de recibir. Puedo decir que hoy te quiero más, al acrecentar el amor que cultivamos y comprendo que ni la muerte pudo separarnos.

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