Trump y la paz

La presidencia de Donald Trump en Estados Unidos ha irrumpido como el elemento más eficiente para el debilitamiento del proceso de globalización.

La presidencia de Donald Trump en Estados Unidos ha irrumpido como el elemento más eficiente para el debilitamiento del proceso de globalización. Una buena parte de los pensadores modernos asumían que las aperturas comerciales y la multiplicación de los intercambios entre los pueblos, en paralelo con los cambios en la forma de hacer negocios con la expansión del Internet, especialmente después de la caída del muro de Berlín, eran una manifestación más del avance del capitalismo.

Se veían obstáculos en los gobiernos de economías centralizadas que sobrevivirían al final de la URSS. Pero la apertura de China, que obedeció a políticas internas, vino a coincidir con la era de la globalización, a la cual se insertaría progresivamente. De hecho impulsa su propio plan de internacionalización.

De hecho, las últimas administraciones de Estados Unidos fueron propulsoras de la apertura de los mercados como motores para el progreso de la humanidad.

Los tratados de libre comercio eran parte de esa visión, y se entendía que el mundo sería uno solo. Se trataba de la aldea global, en la cual las relaciones de los Estados estarían signadas por conceptos de intercambios en términos de igualdad.

El libre comercio estaba también asociado a una concepción sobre derechos fundamentales, como los derechos humanos y las libertades, valores que igual deben prevalecer en todo el mundo,
Pero Trump ha hecho trizas ese enfoque. Empezó denunciando los acuerdos con amigos tradicionales, como México y Canadá. Luego los viejos aliados de la Unión Europea. Y bajo el peso de la acusación de colaboración rusa para su victoria, le marchó la Rusia de Putin, con la cual tensó las relaciones en términos políticos.

Luego descubriría que una de las limitaciones de la economía estadounidense lo constituye los términos de intercambio con China, a la cual le impuso enormes gravámenes y al mismo tiempo politiza las relaciones invocando la seguridad nacional.

La concepción estratégica es que Estados Unidos debe recuperar la supremacía, y ha escogido el aislacionismo y el bloqueo a los competidores. Todo eso orlado con un aumento de la presencia norteamericana en zonas muy sensibles del mundo.

Hoy ya no sólo se deplora el retroceso en las políticas de apertura y convivencia global, sino que se teme un conflicto mayor.

¿Habrá que preocuparse por la paz mundial?

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