Acertijo, de Juan Alonzo

De no encontrarse en los actuales momentos tan pervertido el ambiente literario de la República Dominicana, Juan Alonzo habría sido reconocido como uno de sus grandes poetas,

De no encontrarse en los actuales momentos tan pervertido el ambiente literario de la República Dominicana, Juan Alonzo habría sido reconocido como uno de sus grandes poetas, por encima de muchos que se pavonean con pergaminos bajo el brazo de premios cabildeados. La sola lectura de “Acertijo”, su más reciente poemario, podría convencer al lector de lo que aquí acabamos de afirmar. Nacido en San Francisco de Macorís en 1953, había publicado anteriormente “Marginal” y “Estación limpia”, que comentamos en su oportunidad. En la última colección de textos en prosa logra hacer gala de una voz madura, enriquecida con la asimilación de buenas lecturas, pero siempre a tono con la emanación de su propio ser, la más alta aspiración de originalidad y autenticidad.

Alonzo, a quien conocí en el Grupo SIN como un empleado disciplinado en tareas alejadas del quehacer intelectual, refiere que le dedicó varios años de trabajo a su tercer libro, “entre múltiples correcciones, montaje y desmontaje de poemas, buscando ansiosamente esa palabra evasiva, como cazador furtivo en la noche”. Lo que más le interesa, según dice, es “atraer a ese lector intuitivo que pueda establecer aunque sea sutilmente, algunas semejanzas en los motivos ocultos…”.
El prologuista Miguel Felipe Jiménez advierte que quien lea la obra “será parte del encuentro entre la poesía y el hombre. Comprenderá por qué Holderlin, y así lo reveló un filósofo como Heidegger, dijo: “pero lo que permanece, los poetas lo fundan”.
En La marca imborrable, poema inicial, Alonzo canta: “Aseo mis manos y tuerzo un ojo hacia un ruedo de bondad, circo peliagudo donde los niños solo pueden llorar. Los niños que mueren ignoran la vida, la fuente de miel y el lago de sangre; los niños que sufren guardan cristal de esperanza en mi corazón; ellos mueren en la vejez del impostor y sudan diamantes junto al viento feraz”.
Concluye con Pueblo solitario: “No puedo mis celos retener en este agitado suburbio donde truenan, entre ojos dispersos y matices fulgurantes, las imprecaciones de un pueblo abandonado”. ¡Salud para el poeta Juan Alonzo!

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