Cada vez que los resultados de las evaluaciones de desempeño educativo desvelan con crudeza los bajos niveles de aprendizaje de los estudiantes dominicanos, el dedo acusador de la sociedad apunta básicamente a tres actores: el maestro, la escuela y la familia.

Al maestro, por no transmitir con eficiencia los conocimientos a sus alumnos, a la escuela por no contar con mejores estrategias que se traduzcan en la mejora de los aprendizajes y, a la familia por alegadamente abandonar su rol de acompañamiento y seguimiento a los progresos o desatinos de sus hijos.

En este artículo vamos a concentrarnos en este último: La familia. Pero, ¿de qué familia estamos hablando? Según las encuestas de población más del 40% de los hogares dominicanos son monoparentales y más del 33% son encabezados por madres solteras que, en su mayoría, se las ingenian para dar de comer a sus hijos y que, en el mejor de los casos, tienen un trabajito precario como dependienta de una banca de lotería, en un salón de belleza o como trabajadora doméstica con salarios que no llegan a los RD$ 10 mil.

Hablamos, en muchos casos, de familias extendidas compuestas por abuelas, tíos y primos que acogieron con pesar a la madre adolescente que se quedó a la mitad de los estudios cuando se vio superada por una maternidad temprana para la que no estaba preparada en ningún sentido.

¿Acaso alguien piensa que esa abuela o ese vecino, al que la joven madre le encomienda el cuidado de sus hijos mientras ella se busca la comida, puede dedicarle tiempo a explicarle la raíz cuadrada? o, que acudirá a la reunión convocada por la dirección de la escuela para informarle que el jovencito tiene déficit de atención o problemas de indisciplina?

¿Qué motivación podrían tener unos padres, en el caso de las familias nucleares, a sentarse a hablar de educación cívica con sus hijos, cuando las deudas le arropan inmisericordemente porque el salario de menos de RD$15 mil, el cual devengan más del 60% de los dominicanos, no le alcanza para llevar el pan a la mesa o comprar un simple jarabe para la tos.

Sin duda alguna, el tema económico atraviesa de manera directa y transversal el educativo, puesto que nadie que no tenga resueltas sus necesidades más básicas puede concentrarse en aspectos triviales que no afectan la sobrevivencia inmediata como la comprensión de lengua española, ciencias o geografía.

Hay quienes sostienen que hace unas décadas éramos igual o más pobres que ahora y que una persona con un octavo grado tenía más nivel que un bachiller actual, y puede que tengan razón, pero la realidad era otra. Las mujeres no habían salido al mercado laboral y podían combinar el cuidado del hogar con el seguimiento estricto de los hijos mientras los hombres asumían por completo el rol de proveedores.

Ante la salida de papá y mamá al mercado laboral, es evidente que hoy más que nunca es necesario flexibilizar de algún modo los horarios de trabajo para facilitar la conciliación de la vida laboral con la familiar y dignificar los salarios de los dominicanos si es que se quiere lograr un mayor involucramiento de las familias en los procesos educativos, ya que según los expertos en la conducta uno de los mayores desencadenantes de desesperanza, estrés y violencia dentro y fuera del hogar, de rompimiento de familias y de dispersión de niños y jóvenes es la pobreza, la estrechez económica.

Quizás todavía alguien se atreve a decir que la familia es la culpable.

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