Ulises Francisco Espaillat y la democracia dominicana (3-5)

El año 1978 tiene un significado muy importante en la historia política al iniciar en República Dominicana la transición democrática con la que comenzaba la ola de aperturas políticas que se expandió por América Latina durante los años ochenta.

Los gobernantes que ha tenido el país se han ocupado, no de gobernarlo, sino de mandarlo… Han sido exclusivistas, es decir que mandaban con algunos agraciados, en perjuicios de los que no lo eran.
Ulises Francisco Espaillat.

El año 1978 tiene un significado muy importante en la historia política al iniciar en República Dominicana la transición democrática con la que comenzaba la ola de aperturas políticas que se expandió por América Latina durante los años ochenta. A partir de la transición política de 1978 en la República Dominicana, casi todos los países de la región experimentaron procesos de cambio político en unos países con más logros que en otros. Con sus significativas limitaciones la democracia dominicana es la más antigua de la última ola de aperturas. Se ha mantenido por 41 años, aunque en los últimos años, al igual que otras democracias latinoamericanas, enfrenta diversos desafíos que se refleja en la disminución de la confianza de la población dominicana en su funcionalidad.

En los últimos años, las debilidades de nuestra democracia se han expresado en una disminución del apoyo y la confianza de los ciudadanos en el funcionamiento del sistema democrático dominicano. Cuatro ejemplos estadísticos de los últimos años ilustran dicha afirmación. En marzo de 2018 el Índice de Transformación (BTI) presentado por la Fundación Bertelsmann analizando la calidad de la democracia, la economía de mercado y la gobernanza en 129 países situaba a la República Dominicana en el grupo de democracias deficientes en América Latina con un 6,95.

En noviembre de 2018, la encuesta Latinobarómetro midiendo la confianza de la población en la democracia indicó que el apoyo a la democracia cayó de 63 a 44% en solo tres años. Destacó que en el 2015 el nivel de confianza era de 63%; en 2016, 60%; en 2017, 54% y 2018, 44%. Significa según la encuesta que de 2015 a 2018 el apoyo a la democracia en República Dominicana ha perdido 19 puntos.

En marzo de 2019 el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicó el Informe sobre Calidad Democrática en la República Dominicana. En el informe se coloca a República Dominicana entre los cinco países de peor calidad democrática de 24 evaluados en América Latina y el Caribe, con puntuación de 54 sobre 100, con deficiencia en 48 por ciento de 108 indicadores, 32 por ciento aceptables y sólo 20 por ciento satisfactorios.

A principio de esta semana fueron publicados los datos de la encuesta Gallup en la que un 65% de los ciudadanos expresó que está insatisfecho con el funcionamiento de la democracia, y solo un 31.8% dijo sentirse muy satisfecho con ese modelo. Casi la mitad de la población (48.4%) entiende que la democracia dominicana tiene muchos defectos y que no funciona, aunque el 41.6% entiende que ese modelo político tiene defectos, pero funciona aceptablemente.

Las debilidades de la democracia dominicana que se refleja en los niveles de apoyo y de confianza de la población requieren atención urgente y una profunda reflexión. Precisamente una de las grandes preocupaciones temáticas del civilista y político Ulises Francisco Espaillat fue la democracia. Espaillat fue un firme defensor de la democracia en un contexto político social donde el caudillismo y el autoritarismo estaban arraigados en el espectro nacional. A través de su efímero gobierno y a través de sus ideas y prácticas políticas dio ejemplo de pulcritud, democracia y civismo.

Defendió la visión de que la democracia constituía el régimen político adecuado para garantizar la felicidad, la libertad y el progreso de todos los dominicanos. Desde su ascenso al poder Espaillat fue un ejemplo de democracia, su primer norte como gobernante fue el respeto a la Ley, por lo que dio orden de que se garantizaran la acción de todos los grupos políticos de la época.

Además, dictó un decreto de amnistía para todos los perseguidos políticos, con excepción de quienes hubieran cometidos crímenes.

Espaillat fue un opositor rotundo de las formas autoritarias de ejercer el poder. Combatió las formas autoritarias del poder cuya máxima expresión era la dictadura para abogar por un ejercicio democrático del mismo. Afirmó que la “dictadura era una palabra terrible que envuelve en sí nada menos que la muerte de la libertad y la infelicidad de todo un pueblo”. Consciente de la tradición centralista del poder que dominaba la mentalidad política auspició la descentralización administrativa del gobierno.

Sostuvo que no era su “ánimo acumular poder en manos del Ejecutivo sino extenderlo a todos los Centros Municipales para que lo ejerciten en el fomento de los intereses comunales”. Fue partidario de una democracia descentralizada que implicara el ejercicio del poder repartido por toda la geografía nacional.

Abogó por una democratización del principio político del poder. En su visión, el pueblo debía tener cierta participación en la toma de decisiones. La práctica de que sean otros los que decidan por él, ha sido, según sus planteamientos, “madre de muchas desgracias y fuentes de alienación. Desde el instante que un pueblo se habitúa a que el Gobierno se lo haga todo, no hay más pueblo, este deja de ser soberano, y se torna en esclavo”.

A 141 años de la muerte de Espaillat y a 41 años del inicio de la transición política en el país existen deudas pendientes con la calidad de la democracia dominicana. El sistema partidario poco competitivo y democrático, con decisiones centradas en las cúpulas, las calificaciones bajas y muy bajas en lo relativo a los límites y controles de los poderes Legislativo y Judicial sobre el Ejecutivo, la independencia del Poder Judicial, la débil institucionalidad, la lucha contra la corrupción y la rendición de cuentas del funcionariado público son deudas que están pendiente como señala el Informe sobre Calidad Democrática en la República Dominicana. Sigue pendiente la superación de prácticas caudillistas y clientelistas en el ejercicio del poder, una mayor fiscalización ciudadana de las instituciones del Estado, que no se limite a la emisión puntual de la restringida expresión ciudadana que representa el depositar una papeleta en cada ciclo electoral.

El legado político de Espaillat debe llevarnos a una lucha constante por un mayor fortalecimiento de la cultura democrática, a una mayor participación de los ciudadanos en las tomas de decisiones, a la exigencia de un régimen justo de consecuencias para aquellos que infrinjan la Ley, sin ningún tipo de privilegio o impunidad, y a una distribución socialmente equitativa de los frutos del crecimiento económico que ha logrado la República Dominicana.

El legado político de Espaillat debe llevarnos a una lucha constante por un mayor fortalecimiento de la cultura democrática, a una mayor participación de los ciudadanos en las tomas de decisiones, a la exigencia de un régimen justo de consecuencias para aquellos que infrinjan la Ley, sin ningún tipo de privilegio o impunidad, y a una distribución socialmente equitativa de los frutos del crecimiento económico que ha logrado la República Dominicana”.

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