Cuando tenemos el tiempo de organizar las ideas, de escoger las palabras indicadas para no lastimar o lastimar lo menos posible, aunque tratamos de hablar con toda franqueza, ese tiempo de organizar, de pensar, es el que nos impide expresar con toda sinceridad lo que en verdad pensamos y más aun, lo que sentimos.

No se trata de hablar sin pensar, ni de actuar sin medir consecuencias. No es eso. De lo que se trata es de reaccionar a una acción en el mismo momento en que esta se produce.

Una vez, alguien me dijo que las personas suelen ser más sinceras cuando están molestas, que cuando uno lograba molestarse era capaz de decir cualquier cosa, pues en ese momento era imposible pensar en consecuencias y que lo menos que nos preocupaba era no herir al otro, muy por el contrario, tan molestos podemos estar, que lastimar a quienes nos han provocado tal enojo, representa, en ese momento, el mayor alivio. La venganza perfecta o simplemente el desahogo por excelencia.

Es verdad que toda acción trae consigo una reacción y que la segunda será directamente proporcional a la primera, pero también es muy cierto que en la mayoría de los casos, cuando actuamos o reaccionamos movidos por el enojo, terminamos lamentandolo profundamente.

Nos arrepentimos y desesperadamente buscamos la manera de enmendar el error. Sentimos haber lastimado a esa persona que amamos.

Sabemos que es difícil recoger las palabras y más aun, lograr que su rudeza no causen dolor, aunque el poeta Gustavo Adolfo Becquer, dijo que eran de aire y se las llevaba el aire, en verdad ese aire parece no llevarlas muy lejos del alma de quien ha sido herido por ellas.

Cuando elijo creer, creo y pienso que no existe mejor estado en la vida que aquel en que decides confiar, dejar que lo que ha de pasar pase, sin morir ni matar en la víspera, pero de vez en cuando, las confesiones más sinceras me las han regalado al calor de una discusión. Las verdades que hoy me han ayudado a entender lo que debo y lo que no debo esperar, me las han revelado en los instantes en que el enojo se ha apoderado por completo de la razón de mis interlocutores.

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