Frédéric Bastiat fue un economista y escritor francés que vivió en el siglo XIX. Considerado el mejor divulgador del pensamiento liberal de su época, sus ideas deberían ser recordadas en la nuestra.
Bastiat se alzaba contra los pretextos que suelen usarse para justificar la intervención estatal (“¿no comprende la gente que lo que te da el gobierno con una mano te lo ha quitado ya con la otra?”), criticaba a los que decían que las guerras podían ser productivas (“no son más que un pillaje”) y defendía el sistema de la propiedad privada y los contratos voluntarios, porque lo otro “no es más que esclavitud”. También negaba la falacia de la educación y sanidad gratuita (porque no son gratuitas; “alguien más las paga”).
Este gran pensador francés fue además un crítico ferviente de los socialistas. Se burlaba de su ridícula pretensión de cambiar la humanidad y crear (a la fuerza) una sociedad artificial, donde las motivaciones individuales se descartan por deshonestas.
Se mostraba hastiado de la empalagosa sensibilidad en sus discursos cuando apelan a bellas consignas, supuestamente generosas y humanas. Y cuando se adjudican la solidaridad como invento suyo, como si no fuera inherente a los seres humanos en su propensión a asociarse para prosperar.
Bastiat denunciaba la habilidad socialista para manipular la psicología social y distraernos de lo esencial con esos discursos sensibleros y compasivos (recordemos, por ejemplo, como con ese tipo de discurso el Che Guevara nos hizo olvidar que era un asesino).
Nos advirtió sobre lo que realmente pretenden los socialistas, aunque tengan la habilidad de disfrazarlo: el poder soberano más absoluto que jamás haya existido. “No solo quieren gobernar nuestros actos, sino alterar hasta la esencia misma de nuestros sentimientos”.
Así se expresó hace casi 200 años. Y eso, que no vivió para conocer a Fidel Castro ni a Maduro, ni para confirmar sus creencias con lo que ocurre en Cuba y Venezuela.