Liebres y tortugas
Señor director. Mayormente la vida nos pide que seamos muchas cosas a la vez, y a veces ninguna en especial. Unas veces tenemos que hacer de maestros y otras de alumnos, tal vez nos toque hacernos los ciegos o los sordos y otras veces ser testigos inevitables y hablar de los sucesos, pero casi todo se basa en la observación o la percepción, y en ser empáticos para saber encontrar el equilibrio cuando de vivir y aprender a hacerlo en armonía se trata, sin hacer juicios.
En la sociedad actual, donde la gran mayoría corren como liebres, sin sentido, siguiendo una programación ajena, que no les reporta ningún tipo de beneficios para su crecimiento y desarrollo espiritual, las escasas tortugas, son el hazme reír, a pesar de ser las que están en lo correcto, ya que saben apreciar y disfrutar el recorrido.
Pero ¿Por qué siempre huyen las liebres? Tuvieron que aprender a hacerlo, ya que son las favoritas y más vulnerables para ser cazadas, y quizás la carne mas deliciosa para los depredadores. Las tortugas, por su duro caparazón, que además le sirve para esconderse, son un hueso duro de roer, tal vez a eso se debe su lentitud.
Debido a que el mundo ha sido cruelmente atacado y por consiguiente sobrepoblado de liebres, la paciencia de la tortuga está en extinción, pasó de ser una espera en paz, a ser una destreza emocional y sicológica, que mide la capacidad de autocontrol contra la violencia que guardamos en el interior.
Mayormente actuamos como liebres, siempre de prisa, desconfiando de nuestra capacidad de supervivencia.
¡Tiempos modernos! Dicen unos cuantos. ¡Ansias de protagonismo! Vociferan otros. ¡Rabia, descontento interior! Murmura un grupo. ¡Esclavitud de almas! Susurran todos desde su interior.
Cualquier cosa que ocurra está justificada con estos enunciados anteriores. Mientras, el tiempo implacable sigue devorándonos el cuerpo como a bestias moribundas, impotentes y resignadas a morir, nuestros verdugos y dueños son peores que el tiempo, nos devoran el cuerpo y el alma, nos hacen trabajar para ellos, sin descanso y hasta morir, no sin antes asegurarse de que creamos que es para nosotros y es la única forma de vivir feliz. Lo cierto es que somos nosotros nuestros verdugos y opresores. Ya ni siquiera se escucha el grito de libertad que tantas veces llenó el aire de humo y la tierra de sangre, ya no hay fuerzas que impulsen el deseo de ser verdaderamente libres, apenas nos defendemos a medias, como las liebres, dudando de nuestra capacidad de supervivencia, y nos conformamos con poco, con un “capitalismo democrático”, el lobo disfrazado de cordero, una libertad engañosa, y que oprime tanto o mas que la esclavitud, el comunismo, las sectas religiosas, etc. Y que actualmente deberíamos llamar consumismo asfixiante y exterminio, o tal vez, genocidio voluntariamente aceptado, pero a punta de pistola. ¿Por qué se me parece tanto a la masacre de los judíos?
Hemos perdido la verdadera alegría de vivir, somos solo ovejas esperando ansiosas en fila, a que su lana sea elegida para el próximo abrigo del pastor.
Idalia Harolina Payano Tolentino
Colaboradora