Falsos empresarios

Un empresario es la persona que dirige, controla y supervisa las acciones de una empresa: identifica las oportunidades en el mercado, selecciona el personal, busca financiamiento y se hace responsable ante la sociedad de sus actos.

Un empresario es la persona que dirige, controla y supervisa las acciones de una empresa: identifica las oportunidades en el mercado, selecciona el personal, busca financiamiento y se hace responsable ante la sociedad de sus actos. Existen diferentes tipos de empresarios: unos solo administran, sin ser los verdaderos dueños de la empresa; otros la han heredado y continúan el legado familiar, y otros se distinguen como emprendedores, porque han asumido riesgos creando algo nuevo.

Cuando el sistema de libre mercado se respeta, y la gente al emprender puede retener sus beneficios, existe la posibilidad de que muchos individuos talentosos se conviertan en empresarios. Estas personas ganarán dependiendo de que tan buena sean sus ideas, de que tan bien administren y de cuantas personas estén dispuestas a pagar por lo que ofrecen.

A estos verdaderos empresarios no se les debe confundir con los falsos (aunque estos últimos hagan ostentación de un mayor éxito).

Los falsos empresarios son individuos sagaces y astutos, sin ideas productivas ni habilidades organizacionales, que han sabido aprovechar sus conexiones con el Gobierno para enriquecerse. El dinero que obtienen (incluso a través de empresas legales porque para eso están bien conectados) proviene de la redistribución de la riqueza y no de su creación. O sea, de una especie de robo disfrazado.

Es el caso del amigo del ministro que se contrata para construir escuelas en zonas recónditas, sin alumnos ni profesores. O del otro compinche que confecciona uniformes nuevos para miembros de las Fuerzas Armadas (cuando todavía pudiesen usar los viejos), o del que recibe subvenciones para su empresa quebrada, o del que suple equipos médicos a sobreprecio.

Estos individuos se creen empresarios, pero no lo son. Más empresario es el frutero en la esquina, que ha madrugado para comprar su mercancía con el dinero de su esfuerzo, y facilita la compra de fruta fresca a los moradores de la zona.

El problema para un país es cuando las actividades vinculadas a ese amiguismo político son más rentables y fáciles que las productivas. Porque entonces los talentos dejarán de crear empresas genuinas para “pegarse” al Estado, en detrimento de la innovación y el progreso. Muchos talentosos no dan para eso de “pegarse” (no todo el mundo puede ser caradura ni “alfombrita”). Entonces terminan instalándose en otro país, frustrados e indignados con lo que ocurre en el suyo.

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