Algunas figuras de los medios de comunicación han creado o adoptado un estilo muy particular para realizar su ejercicio profesional.

Desde la forma de vestir, maquillarse y llevar el cabello, para los que ejercen la labor de comunicar a través de la televisión, o las distintas redes sociales desde las cuales hoy en día se transmite toda clase de contenidos, un tema que debe ser tratado en otro artículo, pues el espacio no alcanzaría.

Ciertamente, la de informar y comunicar es una tarea fascinante, y así lo evidencia la pasión con la que los internautas buscan y suben contenidos a las redes, una pasión que, lamentablemente les nubla el sentido común.

Pero, regresando a la esencia de lo tratado, aquello que se define como estilo de comunicar en la radio y la televisión del país, es innegable que el respeto, no solo por los oyentes y televidentes, se ha perdido por completo. Es una vergüenza que en sus “analisis periodisticos”, quienes ejercen la labor de comunicar, cuando se refieren a una persona, además de proferir insultos, maldiciones, malas palabras, denigrar, calumniar, colgarles calificativos ofensivos, tratan de ridiculizar a alguien por alguna discapacidad. De esto último, la prueba más fehaciente de su propia discapacidad mental y de sus pobrezas humanas e intelectuales.

Más de un oyente o televidente ha tenido que ingeniárselas a fondo para poder explicar a sus hijos menores ciertos términos y calificativos.

La procacidad en los medios es algo que ha venido preocupando a muchos, pero que al parecer nadie se siente con la responsabilidad, ni con la voluntad para hacer la diferencia, quizás y esto si que es preocupante, porque la gente se ha acoatumbrado a este accionar desenfrenado, irreverente e irrespetuoso de hacer uso de los medios.

Es alarmante que si alguien realiza un análisis de un tema o del accionar de algún funcionario, empresario, artista o político, y lo hace apegado a la senzatez y guardando el debido respeto al público, a los medios y a su propia persona y trayectoria, la gente pierda el interés.

Es penoso que el mismo público, en su mayoría, sea el que propicie que este tipo de comunicación se imponga y que cada vez esa clase de comunicadores sean quienes ocupen los espacios y se adueñen de los micrófonos, la radio y la televisión.

¡Una gran pena!

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