El filósofo chino Confucio sostenía que la legitimidad del gobernante venía del “mandato del cielo”, según el cual el cosmos favorece al rey justo, pero al déspota lo desprecia y le sustituye. El unificador y primer emperador de China, impulsor de la Gran Muralla, Qin Shi Huang (siglo V a. de C., enterrado en el famoso mausoleo de los Soldados de Terracota), no creía en gobernar celestialmente, impuso un estado centralizado con mano de hierro. Así, quemó los libros para acabar con los medios intelectuales confucionistas. Preservó, sin embargo, los de astronomía, medicina y las obras técnicas. Milenaria, la astucia de los estadistas chinos para no extraviarse con su avance, ideología aparte. “No se pierden” y hoy menos que nunca.

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