Durante el período que los cristianos aseguran que correspondió al ministerio de Jesús, el hijo de Dios, en la tierra, es muy recordado el pasaje en el que uno de sus seguidores le preguntó al Mesías, como una persona podría entrar en el Reino de Dios, es decir, en el cielo.

Entre los requisitos, destaco el que exigía a las personas volver a hacer como niños.

Tal como está consignado en las sagradas escrituras, Jesucristo
hablaba utilizando metáforas. Se ha dicho: “hablaba en parábolas”. Algunos no le entendían.

De hecho, cuando aquel obtuvo esa respuesta a su pregunta, debió sentirse desmoralizado, ¿cómo volver a ser un niño? Eso va contra todas las reglas de la naturaleza.

Sin embargo, el hijo del Altísimo le explicó exactamente de lo que se trataba esta expresión.

De lo que se trata es de rescatar lo mejor de nosotros, es volver a reír sin preocupaciones, es confiar y siempre esperar lo mejor.
Es no odiar, no mentir, no sentir temor o vergüenza.

Es volver a ver la belleza en todo y en todos.

Es entregar lo mejor que tenemos con la única ilusión de hacer felices a otros.

Es caminar tranquilos por la vida, ajenos a las traiciones y a la envidia.

Es alegrarnos sinceramente de la felicidad y el bienestar de los
demás.

Es amar y valorar todo lo que tenemos.

Si a algo aspiro es a volver a ser niña, quizás, no con el afán de alcanzar el Reino del Altísimo, pero al menos para proporcionarme la felicidad, la paz y tranquilidad que anhelo disfrutar dentro de las paredes de mi reino, ese que late incesante dentro de mi pecho.

Si algo deseo a quienes amo es que no dejen morir ese niño travieso y juguetón, pícaro y divertido que habita en sus corazones.

Les pido que lo dejen salir de cuando en vez para que sus ocurrencias nos recuerden que cada día es una gran oportunidad para sonreir y hacer sonreír a otros…

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