La estremecedora explosión en la fábrica de envases plásticos diversos PolyPlas Dominicana en Villas Agrícolas conmocionó la Capital, que vio el consiguiente fuego, la destrucción y las lamentables pérdidas humanas y materiales.
El pesar y la angustia que provoca este tipo de desastre nos envuelve a todos. Sólo con ver las horrorosas escenas, aún en fotos o vídeos, o la columna de humo que se levantó; las angustiosas expresiones contenidas en imágenes difundidas por Internet por desesperados empleados que desorientados se asumían en la víspera de la muerte, duele y conduce a diversas reflexiones.

Pensar en el infierno en que se convirtió el establecimiento y los sufrimientos de quienes estaban ahí. El terror en la vecindad, que ajena al siniestro realizaba sus labores habituales. Los hogares en los quehaceres domésticos. Los niños y profesores en las escuelas a escasa distancia; empresas de servicio en plena labor. Todo quebrado en un instante con aquella explosión.

Que no se cumplió rigurosamente el protocolo de lugar ante un accidente mientras se trasvasaba gas natural de un tanquero hacia un lugar de almacenamiento. El tiempo transcurrido entre el escape de gas y la evacuación del personal. Si se procedió con la urgencia que demandaba la emergencia. ¿Cómo podía ocurrir que desorientados trabajadores pudieran generar vídeos para decir a sus familiares que se encontraban bajo grave peligro y no pudieran llegar hasta lugares seguros?

La explosión obliga a pensar en la pertinencia de instalaciones industriales de alta peligrosidad en medio de zonas densamente pobladas, con escuelas, centro médico, clubes deportivos y otras empresas, como envasadoras de gas. En el caso, se trata de una empresa con medio siglo en el lugar, junto a otras que igual operan por ahí desde hace tiempo. Cómo la ciudad creció desordenadamente es inevitable que se planteen cambios en la normativa territorial, que puedan implicar mudanzas.

Ahora lloramos las víctimas. El dolor es de todos. Los heridos, los damnificados, la sociedad que descubre de golpe el desorden urbano en que hemos vivido, sin esperanza de que las ordenanzas municipales serán respetadas.

Este nuevo desastre, uno más en la Capital, es una dolorosa señal de que el desorden urbano debe acabar.

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