Cada vez que hay una crisis financiera se nos vende la idea de que lo malo es la privatización, la desregulación de las instituciones (esto es, la falta de vigilancia y control), los bancos privados…Porque “lo privado es lo corrupto”. Y se pide a gritos la intervención gubernamental para evitar los excesos y las imprudencias de los desalmados y codiciosos hombres del mundo financiero.

Como si no hubiese existido intervención gubernamental antes de un desplome. Como si las burbujas solo tuvieran que ver con especuladores y no con las autoridades (que suelen ser sus “compinches”). Como si los banqueros fueran los malvados y los políticos que nos gobiernan los angelitos que nos protegen de su codicia.

Ninguna entidad financiera, nunca, en ninguna parte del mundo, ha funcionado “de su cuenta”, sin supervisión de las autoridades ni al margen de las disposiciones de un banco central.

Es el Gobierno el que siempre ha controlado al mundo financiero, y no al revés. Pero cuando un desplome ocurre, las autoridades se hacen las “sorprendidas”. Y se adjudican el rol de protegernos del desastre. Ellas que no estaban libre de culpa ni ajenas a lo que estaba pasando en el mercado.

Y entonces insisten en crear más instituciones fiscalizadoras (¿más todavía?). Sin tomar en cuenta que esto no hace más que desperdiciar recursos en burócratas y complicar procesos (no les importa porque también aumenta su poder político).

Y nos dicen que las grandes entidades financieras son “demasiado grandes para caer”. Que deben ser salvadas. ¡Con nuestros impuestos!, sin ser nosotros los responsables de sus excesos y complicidades.

Entonces, en vez de dejar que el mercado castigue la imprudencia o el engaño a través de la quiebra, y que se aprenda de la experiencia, las “rescatan”. Y obviamente se quedan con la mejor parte del proceso.

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