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Muy buenas tardes a todos. Para mi es más que un honor compartir con la Confederación Autónoma Sindical Clasista (CASC) este almuerzo, donde reúne a una parte importante del sindicalismo de nuestro país, en un evento donde mi gran amigo Gabriel del Río me ha pedido intercambiar con ustedes ideas, mi visión de futuro sobre muchos de los temas que a ambos nos ocupan y nos preocupan.

Mis felicitaciones a la CASC, que cumple 56 años trabajando por mejorar las condiciones de sus miles de afiliados y el efecto multiplicador que tiene ese importante esfuerzo sobre toda la fuerza de trabajo del país.

Mi relación con los sindicatos empieza durante mi presidencia en el CONEP y la primera discusión salarial que me tocó negociar con la dirigencia sindical.

Habían montado un piquete en el antiguo local del CONEP de la Santo Domingo Motors y, nuestro siempre recordado amigo, Frank Castillo (EPD) me llamó para que no fuera ese día al CONEP.

Mi respuesta fue no llamar a la policía y permitir que se expresaran libremente. Pero decirme que no haga algo, los que me conocen, es yo hacer todo lo contrario. Salí para el CONEP, me bajé del carro y me metí dentro del grupo y nunca olvido las expresiones de mi gran amigo Pepe Abreu “pero es loco que este está”. Mi respuesta fue: “yo también soy asalariado y el tema no es en una protesta que lo vamos a resolver, subamos todos y sentémonos a la mesa y seguro nos pondremos de acuerdo”.

A partir de ese momento, surgió, más que una relación empleador/empleado, una relación de amistad, donde abiertamente discutimos los diferentes temas, siempre tratando de llegar a un acuerdo que promueva más trabajo y mejores condiciones.

Hace pocos días, un grupo de ustedes se apersonaron al CONEP con una serie de propuestas, que sin dudas trataré esta tarde y que pretendo no sea muy extenso porque sé que todos tenemos hambre y contra eso no puedo competir.

Son tanto los temas que nos interesan, que por el tiempo que tenemos, abordaré los más importantes.

Empecemos por el sistema de salud y de pensiones. Recuerdo en una visita que hiciera al país el expresidente chileno Patricio Aylwin. Una pregunta que le hiciéramos sobre cómo fue posible la instalación del sistema de seguridad social de Chile, modelo que copiamos los dominicanos, me respondió “fue posible porque se hizo en una dictadura”.

Nosotros no necesitamos una dictadura, fuimos capaces de llegar a un consenso que fue difícil, y precisamente en el día de ayer aparecían unas declaraciones del gran amigo y exsenador Iván Rondón, a quien sin duda hay que darle todos los créditos del acuerdo de la Seguridad Social que firmamos un 26 de enero, Pepe Abreu, en representación del movimiento sindical y yo, en representación del empresariado; un sistema que si no es perfecto, ha permitido a muchos dominicanos contar con un seguro médico.

El exsenador decía, que el sistema es de libre elección, que el afiliado puede elegir la ARS que desee y que si algo ha fallado ha sido en cierta medida por la oposición de los médicos y dueños de clínicas que se han opuesto a la atención primaria porque alegan que viola el derecho a la libre elección. Esto fue desde el principio y sigue siendo igual; esa oposición irracional evita lo que debe ser la entrada lógica al sistema de salud.

Con relación a las críticas a las AFP, es bueno recordar que es un sistema de capitalización individual, donde empleado y empleador crean el patrimonio para financiar pensiones de manera sostenible.

Al día de hoy, el sistema ha contribuido a la estabilidad macroeconómica y a la liquidez del sistema financiero, financiando proyectos altamente rentables, que influyen en la capitalización de cada uno de los ahorrantes del sistema. Ningún sistema es perfecto, y una sugerencia que hice hace muchos años y que he repetido muchas veces, es que parte de ese ahorro hay que invertirlo en monedas duras para evitar que las devaluaciones mermen las pensiones a recibir al momento de terminar la vida laboral útil.

Nuestro país exhibe un crecimiento, que, para los analistas y banca internacional, es ejemplo de Latinoamérica. Sin embargo, nos quejamos que esa bonanza no permea.

Según datos del Banco Mundial, en el 2000 el 32.1% del total de nuestra población estaba por debajo de la línea de la pobreza. Desgraciadamente, como resultado de la enorme crisis bancaria del 2003 la pobreza subió al 49.7%. Eso quiere decir, que uno de cada dos dominicanos en esa época era pobre. Ya para el 2016 los números habían cambiado radicalmente y de cada tres dominicanos uno estaba por debajo de la línea de la pobreza.

¿Nos conformamos con esa mejoría? No. En un documental en inglés, titulado “Lo bueno y lo malo de la República Dominicana”, destacaba nuestro crecimiento en turismo, nuestro crecimiento económico y decía que de cada cuatro pesos uno era generado por el turismo, que en el 2017 se habían construido 8,366 habitaciones.

Hablaba del éxito de las zonas francas, que generan más de 200,000 empleos directos y en el 2017 exportaron 5,694 millones de dólares, el 56% del total de las exportaciones de ese año. El mismo documental se cuestiona, no yo, ¿Por qué no convertir el país en una zona franca?

¿Muchos se preguntarían y de dónde vendrían entonces los impuestos? Existe la idea errónea de que las zonas francas no aportan al fisco y estas pagan 19,724 millones de pesos en servicio; 4,143 millones en energía; 6,170 millones en seguridad social; 4,792 millones en gastos directos y 4,620 en otros renglones.

Compras al mercado local de 47,716 millones y en nómina, sin incluir incentivos y otros beneficios, 33,774 millones de pesos.

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