La incorporación de las mujeres a todas las actividades en la sociedad, va acompañada con el auge del proceso democrático mundial. Es que las necesidades del crecimiento del libre mercado y los diversos requerimientos, las han sacado de los hogares.

Ellas son un valioso aporte a ese crecimiento, a pesar de los obstáculos para ganarse sus espacios. La resistencia creada en la cultura milenaria con predominio del hombre y compitiendo entre ellas, no les han impedido participar.

Es que por sus características intrínsecas saben aplicar la inteligencia en todo el quehacer. En la actividad política su fortaleza es ese arte e inteligencia, no la fuerza. Lo hacen de manera natural.

El escenario político requiere de mucha observación y de ese arte e inteligencia que ellas tienen; ese no uso de la fuerza. El hombre tiende a hablar alto, enseñar musculatura, exhibir armas de fuerza y hasta entender que el poder es más votos que su oponente en un organismo.

El manejo de la inteligencia es el arma más poderosa en la actividad política. Se exhibió en torno a la reunión del Comité Central del PLD; no sucedió lo que se quiso construir partiendo de una cultura política violenta.

El contexto actual crea un comportamiento social, que es arrastrado por una revolución digital que marca distancia con todo lo anterior; las nuevas generaciones están colocadas a distancia de una parte de las generaciones del Siglo XX por éstas estar atrás. No viven en este tiempo.

Con esa parte generacional se ha quedado el maquiavelismo malicioso. “El Príncipe”, la conocida obra de Nicolás Maquiavelo, libro prohibido por la Iglesia porque ataca la doctrina de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, que unían política y ética, ha sido el libro de cabecera usado por muchos gobernantes. Lo tenían de cabecera por aquello de que el príncipe debe de parecer magnánimo, virtuoso, honesto, religioso, ético; pero hipócritamente sólo parecerlo.

Este tiempo está contrapuesto al que han manejado los hombres, siguiendo las lecciones de Maquiavelo. Ahora parece que va tomando cuerpo el arte femenino de persuadir con la verdad, insinuar, responder con gestos amables a sus oponentes y con voluntad de construir lo nuevo. Ese arte es negación a lo que Nicolás Maquiavelo aconsejó.

Carlos Fuentes, escritor mexicano fallecido en mayo del 2012, lo explica con un ejemplo, en un artículo titulado “Maquiavelo en Palacio” a propósito de varios presidentes mexicanos que se dejaron aconsejar, 500 años después, por Nicolás Maquiavelo. Lo hace para México, pero también es válido para todos, al comentar el libro “La herencia. Arqueología de la sucesión presidencial en México (1999)” del también escritor mejicano, Jorge G. Castañeda:

“A mayor poder, mayor ceguera: el libro de Castañeda es un llamado explícito a una política democrática de equilibrio de poderes y fiscalización del Ejecutivo. Pues las virtudes del viejo sistema ya cumplieron su función y el costo de perpetuar la maraña de artificios, intrigas e insidias, de engaños y complicidades, la perversidad ya intrínseca al sistema, es hoy un estorbo y una regresión. Si el sistema fue maquiavélico, dejó de serlo porque dejó de combinar Virtud, Necesidad y Fortuna políticas con un proyecto mayor de construir al país, de conservar al Estado y de gobernar con la fuerza imparcial de la ley”.

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