De manera imperceptible a los ojos de los estudiosos e investigadores de los cambios sociales, el liderazgo de las denominaciones protestantes ha sustituido el discurso meramente escatológico que le caracterizó durante décadas para arrancar en el siglo XXI con un mensaje secular que conduce a los miembros de sus congregaciones por el camino del éxito terrenal en campos tan disímiles como la economía, el arte, la literatura y la política.
En esa corriente se inscribe el pastor romanense Freddie Johnson con su novela “La necrópolis de los sueños”, promovida como una obra “para emprendedores que no dejarán morir” sus más caros anhelos.

Aunque Johnson y otros como el doctor José Dunker, el pastor Víctor Cruz Baret, el predicador Waldo Castillo, el profesor Rafael Guerreo Ramírez, junto al teólogo Juan Mejía Rijo y el periodista Daniel Johnson Benoit no lo hagan constar como un dato histórico, el hecho cierto es que en la comunidad evangélica se ha impuesto una reforma no declarada a partir de lo que se conoce como “el Fin de la Guerra Fría”. Sólo así, se lee como normal que el propio autor nos diga que su libro “persigue evitar la tragedia existencial, tan común a tantas personas, de convivir con la circunstancia funesta de no ver sus sueños hechos realidad”.

Hasta entrada la década de los ochenta del siglo pasado, los evangélicos criollos infravaloraban las conquistas materiales magnificando lo que entendían como “la salvación del alma”.
Johnson plantea que “no puede haber mayor tragedia que vivir con el recuerdo de un sueño muerto. De modo que es preferible morir para que un sueño viva que vivir con la remembranza de un sueño que se te murió”.

Pero los nuevos planteamientos de la intelectualidad protestante criolla no pueden verse como claudicación o apostasía, sino más bien como una reinterpretación teológica, en la que el éxito económico y social no tiene por qué sacrificar la “vida eterna”. Los norteamericanos vivieron esa experiencia en el siglo XIX.

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