Fue el guerrero del siglo. Esa es toda su gloria.
GERMÁN ARCINIEGAS
(Bolívar y la Revolución, 1984)

¿Cómo era en realidad el Libertador? ¿Qué sabemos del Bolívar hombre? ¿Cómo era su aspecto? ¿Qué impresión causaba? ¿Era apacible o arrebatado, lacónico, ponderado o vehemente? Las interrogantes son del psiquiatra y escritor venezolano Francisco Herrera Luque, en el portal de su ensayo Bolívar de carne y hueso. Las percepciones de Herrera Luque descubren a un Bolívar recóndito, ignorado, ajeno, acaso irreconocible: “Todos quisieran, ya, encontrarse con un Bolívar de carne y hueso, tal como fue. La gente está ahíta de cartón piedra, de frases retumbantes; del alambicado semidiós libre de imperfecciones y de humanas apetencias”.

El psiquiatra hurga en las partidas biográficas. Confronta la opinión de amigos y detractores. Examina legajos y periódicos del siglo XIX. Recoge hablillas y ese florilegio de remembranzas que vuela, de boca en boca, hasta nuestro tiempo. La pesquisa es ardua. El Bolívar de Herrera Luque se aleja de la hagiografía en uso. Impugna también la imagen de sujeto prosaico, fatuo y excitado por pasiones oscuras que Salvador de Madariaga fabrica del Libertador.

Hombre de la gloria y los tormentos. Señor de la Palabra. Padre Fundador. Apóstata esencial de un evangelio que nace en el filo de su espada. Agonizante en el humedal de Santa Marta, ahora piensa: “En este mundo, los tres imbéciles más grandes hemos sido Jesucristo, Don Quijote y yo”. (PDM)

Bolívar de carne y hueso (fragmentos)
Por Francisco Herrera Luque
Bolívar y las contradicciones

Bolívar fue sin duda en muchos aspectos tal como nos lo presentan Boussingault, Dudocray-Holstein e innumerables detractores: terriblemente cruel, impulsivo y despiadado; de una extraordinaria vanidad y de una fantasía colindante con el delirio; como también son igualmente ciertas las virtudes señaladas por sus apologistas. El error se inicia al relativizar lo absoluto o absolutizar lo relativo. La falacia comienza cuando se omiten las sombras, luces y destellos que en su alma coexisten sin contradicciones y aun con ellas.

Bolívar era malhumorado a ratos, gruñón casi siempre y desconsiderado e incómodo la mayor parte de las veces. Se reía, sin embargo, a carcajadas, tenía un gran sentido del humor y dejaba caer, en medio de cálida familiaridad, chistes y chascarrillos para delicia de los presentes.

Bolívar fue injusto, terriblemente injusto con Miranda, al igual que con Manuel Piar. Fue clemente, sin embargo, suicidamente clemente con José Antonio Páez y Francisco de Paula Santander. Alternaba la mirada del cóndor con la del alcatraz viejo. Amaba a Caracas, con la pasión carnal del hombre a su hembra […] Bolívar era por encima de todo caraqueño: amaba el paraje, su gente, las tradiciones. Era un lugareño, un cerril provinciano, cercado por sus montañas y más de tres siglos de posesión ancestral […] Bolívar, sin embargo, y a pesar de esa fijación incestuosa hacia el terruño, no sólo huye de Caracas sino que la disminuye y posterga al transferirle a Bogotá el rango de ciudad capital. Bolívar es impredecible y desconcertante […] Era un gentleman en toda la regla y también oportunista, manipulador e inescrupuloso. Meticuloso hasta lo obsesivo en la administración. Libre de todo escrúpulo en amistad y amoríos.

El Libertador, en lo que a carácter se refiere, está hecho de pares encontrados. Es franco y también torcido; es desconfiado e ingenuo; es el héroe en el más estricto sentido de la palabra y también el aventurero. Es cruel y al mismo tiempo indulgente. Es apasionadamente crédulo y absolutamente escéptico sobre el gran destino de nuestros pueblos. Es frívolo y estoico. Admira profundamente a Napoleón y hace gala de su antibonapartismo. Es el hombre de las contradicciones.

Aproximación al Bolívar de carne y hueso

Para captarlo en su dimensión humana debemos acercarnos a él sin esquemas preestablecidos; colocándonos en situación de duda universal; dejando que los hechos y las palabras hablen por ellos mismos; sin forzar correlaciones; que su imagen fluya espontánea, absteniéndonos del menor esfuerzo por encauzarla.

Debemos recoger todas las opiniones y observaciones emitidas sobre él por amigos y adversarios, para luego someterlas al tamiz de las leyes de la fenomenología, del desarrollo lógico y de la verificación experimental […] La unanimidad de criterio, aunque puede ser un buen indicio de verosimilitud, no es prueba de certeza.

Semblanza del Libertador

Bolívar, al igual que la casi totalidad de los grandes hombres, decepcionaba de primera impresión, aun a sus más fervientes admiradores. Así lo expresa Ricardo Palma, quien tuvo ocasión de interrogar a numerosas personas que lo conocieron. El Libertador era excesivamente nervioso e impaciente: se movía todo el tiempo. Sus ojos renegridos saltaban constantemente de un sitio a otro dando el efecto de no prestarle atención a su interlocutor. Cambiaba de tema, y si alguna opinión discrepaba de la suya, la rechazaba áspero y violento, con voz desacompasada y chillona: ‘No, eso no es así, está usted equivocado, señor mío’. En él —escribe Perú de la Croix, uno de sus apologistas—nada parecía estable. ‘La actividad de espíritu y cuerpo mantienen al Libertador en continua agitación. Quien lo viera y observara en ciertos momentos sin conocerle creería ver a un loco’.

Mudaba de opinión y de tema con pasmosa rapidez; y de sentirse a sus anchas hablaba todo el tiempo de sí mismo y de su obra. Era muy vanidoso y de un autoritarismo destemplado que predisponía en su contra […] En la intimidad era amigo de chanzas y chascarrillos, conduciéndose con naturalidad y llaneza […] Es muy chanceador y se burla con gracia de sus contrarios. Solía ser muy alegre, reía a carcajadas; en la intimidad tomaba un tono burlón, poco agradable para su interlocutor’ […] En los actos públicos y oficiales se revestía de una gravedad solemne que no cuadraba a su inquieto temperamento. Muchos observadores europeos y americanos lo tildan de pedante e insoportable, lo que pudiera aproximarse a la verdad, por más que tales juicios estuviesen mediatizados por la decepción de no encontrarse con el buen salvaje, sino con impecable caballero, que se expresa con toda corrección en francés y mucho de inglés, y con un acervo literario, político y filosófico impresionante.

Bolívar por lo general no era simpático y no hacía el menor esfuerzo en especial, al final de su vida, por serlo con nadie; por más que sus apologistas hablen del carácter jovial que por lo general lo dominaba. En medio de sus progresivos estallidos de ira muchas veces solitario y taciturno –escribe el mismo Perú de la Croix— el humor del Padre de la Patria era muy variable, ‘pudiéndose atribuir a una desigualdad su carácter’, que al paso de los años fue agravándose. Era expansivo con sus inferiores –afirma Boussingault—lo que no era impedimento para que fuese terriblemente grosero.

Francisco Herrera Luque (1927-1991).

Bolívar en tres momentos

Hemos hecho un primer contacto con el Bolívar en la cumbre de su gloria, aunque de inmediato se inicie el trágico descenso que lo llevará a Santa Marta cuatro años más tarde. ¿Cómo era Bolívar en ese año de 1826? Su autoritarismo temperamental ya se había impuesto a sus creencias. En ese entonces se le describe como un hombre enfermo, profundamente envejecido, de mejillas hundidas, con el negro cabello surcado de canas. A diferencia de aquel pueblo que lo despidió con admiración y fervor cuatro años antes de marcharse al Perú, se encuentra, ahora, con otro abiertamente hostil, y con un gobierno que intenta constreñirlo, esgrimiendo leyes y argucias.

Ante la oposición se encrespa airado, imponiendo abiertamente su voluntad contra toda norma. Su impopularidad crece día por día. A la crítica responde con redoblada tozudez. Manuela Sáenz, su amante, ofende las buenas costumbres cometiendo impudicias y desafueros, tal como fusilar en efigie a Santander en medio de una fiesta. Manuela tiene amantes entre los jóvenes oficiales. ¿Cómo se explica la indiferencia de Bolívar ante los escándalos de la mujer a quien llama hiperbólicamente la Libertadora del Libertador? ¿Será que la ha dejado de amar? Algunos hechos así parecen demostrarlo, o será simplemente que aquel grande amor no existió nunca. Cuando se va al exilio, a seis meses de su muerte, no la llama a su lado. No es esta la conducta de un apasionado amador. El incidente con Santander determina la ruptura con la quiteña hasta el 28 de septiembre de 1828, en que Manuela opone a los asesinos su bravura de recia hembra.

Y sea el momento de preguntarse, como una prueba de su genio impredecible. ¿Cómo reacciona ante los que han atentado contra su vida? ¿Es que acaso monta en cólera e impone las terribles sanciones sufridas por los españoles en el 13 o en las bóvedas de La Guaira, donde más de ochocientos fueron ejecutados del modo más salvaje? No, antes que justicia, venganza o ejemplar escarmiento –como lo exigen los suyos—reacciona con profunda tristeza. Sus primeras palabras son para absolver a los frustrados criminales y traidores.

Abandonar todo para marcharse al exterior. ¿Es este el Bolívar que cruzó Los Andes y emprendiera marcha triunfal hacia el Alto Perú cinco años atrás? ¿Es este el Bolívar que luego de huir de Monteverde enciende con el fuego de su verbo al Congreso neogranadino para invadir a Venezuela, no sin antes desconocer a su Jefe, el Capitán Labatut? Son tres Bolívar los que observamos en estos tres momentos estelares de su existencia. ¿Cuál es el verdadero?

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